Hay que ser Egan Bernal (Zipaquirá, Cundinamarca)
Si uno quiere entender Colombia primero tiene que entender su ciclismo
Tiene uno que ser muy joven para no temerle tanto al Tour de Francia. Hay que ser el prodigioso Egan Bernal –un niño de Zipaquirá, Cundinamarca, que no ha tenido tiempo para entender por qué dicen que ser colombiano es un pero– para hacerse una carrera brillante en el ciclismo de montaña cuando apenas se es un buen hijo de ocho años, para llegar a los veinte al principal equipo de ciclismo de ruta del mundo, el Ineos, y ganarse a los veintidós la competencia por etapas más importante de todas las que ha habido y las que va a haber. Quien crea, a pesar de los reveses, en destinos, sabrá que todo lo imposible se cumplió –Froome no fue, Thomas no pudo, Alaphilippe no dio– para que Bernal al fin pudiera ser Bernal y quedarse con la camiseta amarilla del Tour este domingo.
Y que se la ganó porque tenía que ganársela, porque después de todo, como tantos lo vaticinaron, él era el mejor, pero en Colombia, tierra de viacrucis, crucifixiones y redenciones, siente uno que la frase precisa es que se la ganó porque se la merecía y porque la historia se la tenía reservada.
Si uno quiere entender este país tiene que entender su ciclismo. Primero: la Vuelta a Colombia se inventó en los cincuenta para crear la ilusión de que a pesar de la guerra bipartidista podía recorrerse este sitio. Segundo: los ciclistas se convirtieron en verdaderos héroes nacionales capaces de conquistar, de la mano de Dios, los paisajes abruptos y sobrenaturales que ni siquiera las instituciones estatales eran capaces de ocupar. Tercero: la sociedad colombiana de los años ochenta le rogó a una generación de corredores, comandada por el silencioso Luis Herrera, que dejara en claro, en las carreras europeas, que aquí no sólo somos narcos, sino también nazarenos. Cuarto: desde 1984 hasta hoy siempre aparece una bandera amarilla, azul y roja –como un guiño a una gracia que vendrá algún día– en las llegadas de esas etapas inhumanas.
El lunes 16 de julio de 1984 Herrera se ganó, en el monstruoso Alpe d’Huez, la primera etapa en la que triunfo un colombiano en el Tour de Francia: “¡Colombia!, ¡Colombia!, ¡Colombia!”, gritó desgañitado y feliz, en la radio que teníamos todos, un rotundo locutor conocido en todo el territorio como el Comandante Alfredo Castro.
Hoy, 35 años después, luego de las victorias épicas de Parra, de Botero y de Quintana, Bernal ha resultado ser el primer colombiano en ganarse el Tour entero: “¡Qué momento para @EganBernal, para su familia y para Colombia! –tuiteó el cuatro veces ganador Chris Froome–. ¡Nunca se trató de si iba a vestir la camiseta amarilla, sino de cuándo iba a hacerlo!”. Hoy, 35 años después, que no suena tanto en este 2019 en que el país está cumpliendo doscientos, Bernal pide al mundo que no lo despierte de ese sueño y aclara que su triunfo es también el triunfo del país, y llora y vuelve a llorar en la última meta, con toda la razón de su lado, porque su gloria discreta es la prueba de que se ha esfumado ese sino que siempre nos tuvo a punto de ganar, y el dicho es, ahora, “cuerpo sano en mente sana”.
Todo pasa para ser contado. Y a esta hora circula por las redes un video estremecedor en el que el viejo Comandante Castro grita en la meta “¡Dios, dame fuerza, sácame adelante, la voz no me puede fallar en un instante tan importante: Egan campeón!”. Y sí, ya no es este el ciclismo fangoso de los cincuentas ni el ciclismo salvaje de los ochentas, sino el ciclismo computarizado, milimétrico, puesto en cintura del siglo XXI, pero Castro hace lo mejor que puede para no llorar mientras exclama “¡Colombia campeón del Tour de Francia, señores!” –y baja la cabeza y se rinde al eco– ante las cámaras incrédulas del mundo. Y es como si se hubiera dado la justicia. Y ahora qué.
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