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Columna
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Confianza

Sin ella no puede haber política, solo gurús y charlatanes

Máriam Martínez-Bascuñán
Diego Mir

Si nada es verdad, todo es posible. Regresa como un corcho emergiendo a la superficie una de las máximas que definió el interminable Brexit, con la visión del grotesco Johnson como primer ministro del Reino Unido. Quizás sea porque la isla permanece en nuestro imaginario como cuna del liberalismo político, pero la fotografía es más absurda si cabe, o escuece un poco más, tanto como aquella de Trump y Farage, representantes emergentes de los perdedores, posando en un ascensor recubierto de oro.

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Era necesario hackear el sistema, entrar por detrás para reprogramarlo, señala Dominic Cummings en la película de HBO, caracterizado como el autor intelectual del “Take back Control”. El Brexit no era más que una excusa, una herramienta disruptiva para darle la vuelta al tablero de juego, viene a decirnos el personaje del tecnólogo político que vuelve ahora (el real) como asesor del nuevo premier británico (¡buen negocio!), engrosando la lista de los gurús-consejeros a quienes los dirigentes ceden las cuestiones de Estado como si fueran una mercancía política más.

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Este nihilismo recuerda a las palabras de Mike Davis sobre Trump: “La gente quería cambios en Washington a cualquier precio, aunque ello supusiera poner a un terrorista suicida en el Despacho Oval”. Se trata de la exageración con la que contamos las cosas olvidando que, al describirlas, las convertimos en aquello que enunciamos. Pero también de la frivolidad con la que estos ventajistas advenedizos intervienen en el destino de sociedades enteras: “Quiero provocar un cambio, resetear el sistema”, señala Cummings en otro momento, sabiendo que la pregunta binaria de un referéndum “obliga a la gente a formar tribus”.

El cambio que trajo el Brexit fue epistemológico, nos dijeron después: no consistió únicamente en la inoculación sistemática de mentiras en el espacio público. Lo que llamamos posverdad significa un cambio, sí, pero en algo más profundo: la erosión de las autoridades que emitían las verdades fundacionales que sirven de agarradero para interpretar el mundo porque confiamos en ellas. Tuvo que ver con el abandono de los pilares que daban gravidez a lo que debía tenerlo, pues lo contrario produce desconfianza y la retirada de la gente de la política, lo que solo sirve a los poderosos. Solo ellos se aprovechan de la parálisis ciudadana que mantiene el statu quo y los apuntala en el poder. Vean sino a Johnson, otro ejemplo del elitismo británico de siempre: el niño pijo de Oxford. Y es la confianza la única herramienta de quienes realmente quieren cambios genuinos, solo alcanzables con el apoyo de las personas. Sin confianza no puede haber política, solo gurús y charlatanes.

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