María Jesús Montero, negociadora en tierra hostil
La ministra de Hacienda, valor sólido del Gobierno, ha recibido el encargo de hablar con Podemos
Cristóbal Montoro y María Jesús Montero no solo se parecen en el apellido, en el origen andaluz o en el cargo de ministros de Hacienda. También los emparenta que ambos han gobernado con los Presupuestos de Mariano Rajoy.
Es la mejor demostración de la paradójica continuidad e interinidad de la política española. La propia Montero (Sevilla, 1966) se desempeña como ministra en funciones, aunque la provisionalidad no contradice ni su papel ingrato de recaudadora del Estado —las declaraciones de Hacienda expiraron el 30 de junio— ni su protagonismo en el equipo negociador que persigue la adhesión de Pablo Iglesias a la investidura de Pedro Sánchez.
Representa Montero el ala más izquierdista del Ejecutivo, pero también ha demostrado cualidades negociadoras en territorio hostil. Fue ella quien sacó adelante los Presupuestos del Gobierno andaluz cuando era consejera de Hacienda a las órdenes de Susana Díaz y cuando había que ceder a los requisitos de Ciudadanos en el pacto de la cohabitación, incluida la supresión del impuesto de sucesiones o un cierto relajamiento de la presión fiscal.
La buena reputación de Montero en Andalucía llamó la atención de Pedro Sánchez. Decidió incorporarla a su Gabinete ministerial en junio de 2018, consciente de que la titular de Hacienda no era particularmente susanista. De hecho, María Jesús Montero, alias Marisu, licenciada en Medicina y poco amada entre los españoles —3,5 de nota le concedió el último examen del CIS—, puede presumir de haber sido la única consejera que ha operado a las órdenes de los tres últimos presidentes andaluces. Manuel Chaves la ungió al frente de Salud en 2004. José Antonio Griñán la ratificó en el puesto. Y lo ocupó hasta 2012, cuando Díaz la ascendió a las máximas responsabilidades de Hacienda (2013-2018) o postulándola indirectamente como heredera.
Militó en Juventudes Comunistas y sintonizó con un sacerdote cercano a la teoría de la liberación
Hubiera sido acaso Montero la sucesora socialista del trono andaluz de haber ganado Susana Díaz las primarias a Sánchez, pero la victoria del aspirante antisistema descompuso la planificación. Y le abrió a Montero la expectativa de un viaje a Madrid que ha resultado productivo. Por la fuerte personalidad de la ministra. Y por su cualificación parlamentaria.
De hecho, la prensa andaluza reaccionaba con sorpresa y rubor al entusiasmo con que los medios mesetarios celebraban el “descubrimiento” de Montero. Un complejo de superioridad madrileño que subestimaba la existencia política de la superministra antes de su desembarco en La Moncloa.
Y fue precoz el activismo de Marisu. Tanto en las movilizaciones universitarias —se reclamaba en las aulas más democracia, menos autoritarismo— como en los círculos cristianos más politizados. Montero había militado en las Juventudes del Partido Comunista, pero también sintonizó con las homilías de un sacerdote arrabalero, Manolo de Triana, que ejercía a su manera la teología de la liberación y que representaba las angustias de la clase obrera en los años ochenta.
Era el contexto en el que Montero sacó adelante la carrera de Medicina en la Universidad de Sevilla, aunque la experiencia de la ministra no consistió en el trabajo de cirujana, sino en las tareas de gestión sanitaria. Las desempeñó como subdirectora médica en el hospital Virgen de Valme de Sevilla (1995-1998) y las prolongó como directora técnica en el también hispalense hospital universitario Virgen del Rocío. Era una pasarela natural hacia la política profesional —la emprendió en 2002—, entre otras razones porque Montero tanto reivindica el sistema de salud público como ha defendido el concepto de la sanidad universal para los inmigrantes desprotegidos.
Ha tenido que disuadir la resistencia de algunas comunidades autónomas por el gasto que puede suponer la “asistencia para todos”, aunque el mayor desafío de Montero consiste en armonizar la quimera de la financiación autonómica. No ya porque exigía más recursos para Andalucía cuando era consejera de Hacienda en Sevilla, sino porque los partidos nacionalistas reclaman más dinero y atribuciones en el contexto de los pactos de investidura y de legislatura.
Montero es constante y paciente. Y dispone de algunos métodos infalibles para distanciarse del jaleo político. Le gusta escuchar arias de ópera en su despacho, especialmente de Puccini, pero sus inclinaciones musicales abarcan la promiscuidad de Camarón, Sting, Dire Straits y Silvio Rodríguez. Prefiere el cine clásico al contemporáneo y el drama a la comedia. Se declara muy partidaria de las series españolas. Y sus lecturas tanto comprenden los ensayos políticos como las novelas de Almudena Grandes, aunque tiene pendiente este verano escrutar La sociedad de los iguales. Lo ha escrito el historiador e intelectual francés Pierre Rosanvallon. Y se lo ha recomendado José Luis Rodríguez Zapatero. Quizá pensando que el título podría ser el lema de María Jesús Montero en su escudo de armas, aunque las rentas más nutridas de España —de 140.000 euros para arriba— le reprochan que la justicia social y la brecha de la desigualdad les requiera una presión fiscal del 52%.
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