Lección implícita
No negociar la investidura sobre un programa lleva a un punto muerto
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, consideró rotas ayer las negociaciones con Unidas Podemos para la investidura. Sánchez desbarataba así la estrategia de Pablo Iglesias, quien pretendía llegar a la votación parlamentaria después de que las bases de su partido se hubieran pronunciado por un Gobierno de coalición. La consulta convocada por Iglesias ha sido calificada por otros dirigentes de Unidas Podemos como un insulto a la inteligencia, pero revela algo más grave: escenificando una votación sobre una alternativa tendenciosa, Iglesias ha querido imponer sus posiciones a otra fuerza con mayor apoyo parlamentario. La argucia dice mucho de la ambición que inspira las acciones de Iglesias, pero mucho más de su escaso respeto por las urnas en las que se pronuncian todos los ciudadanos y no sólo los militantes de su partido.
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Por otra parte, la ruptura del partido socialista con Podemos deja en evidencia la estrategia de Ciudadanos, que hasta ayer mismo justificaba su obstruccionismo en la especulación interesada de que el acuerdo de Sánchez con Iglesias y los independentistas estaba cerrado. También la del Partido Popular, que ha venido participando de la misma especulación. Su responsabilidad, no obstante, es diferente de la de Ciudadanos, en la medida en que no aspira voluntariosamente a liderar la oposición a pesar de la aritmética, sino que está efectivamente llamado a liderarla. El hecho de que en un pasado aún reciente fuera el partido que separó deliberadamente la mayoría para la investidura de la necesaria para gobernar, reclamando la abstención de los socialistas e induciendo la parálisis política de la que el sistema no ha conseguido desembarazarse, no puede servir ahora de argumento para reclamarle idéntico comportamiento. Sencillamente porque las consecuencias serían las mismas que se vienen padeciendo: Gobiernos que pueden ser investidos pero no gobernar ni aprobar unos Presupuestos, y que recurren por ello a banalizar el mecanismo extraordinario del decreto ley.
La ruptura de Sánchez e Iglesias devuelve la investidura a un exasperante punto de partida, que podría concluir en punto muerto. Las largas semanas tras el cierre de las urnas han sido estériles, excepto por la lección implícita que han hecho aflorar y que no puede quedar de nuevo sepultada bajo el ruido. Se entiende que las negociaciones para investir a un candidato y garantizar la estabilidad de la legislatura se desarrollan sobre programas de Gobierno, no sobre anatemas artificiosos como el de Ciudadanos cuando habla de "sanchismo", ni sobre la determinación del quién antes del qué, según Unidas Podemos ha tratado de llevar hasta el límite. El candidato socialista ha retrasado imprudentemente la oferta del programa con el que se presenta para ser investido y, en contrapartida, los eventuales aliados le han negado el apoyo por razones que nada tienen que ver con la gestión de los problemas del país, desde las pensiones a la política exterior, sino con cálculos y obsesiones personales.
El partido socialista y Ciudadanos suscribieron hace tres años un acuerdo de Gobierno que no pudo ejecutarse porque Iglesias lo impidió, obstinado en el sorpasso. En esta ocasión no puede hacerlo, y la explicación política que falta desde entonces no es por qué Rivera y Sánchez han llegado a ser psicológicamente incompatibles, sino por qué aquel programa ha dejado de ser válido.
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