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Columna
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MAPAN

Tener disposición para el acuerdo es una condición previa para que las distintas opciones con representación parlamentaria ordenen una negociación eficaz

Mariola Urrea Corres
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa en la cumbre del G20 en Osaka (Japón).
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa en la cumbre del G20 en Osaka (Japón).Chema Moya (EFE)

Los resultados electorales permiten concluir, desde 2015, que nuestro sistema político ya no se entiende sin tomar en consideración una amplia fragmentación parlamentaria y una polarización ideológica en bloques. Maridar ambos ingredientes y lograr Gobiernos estables requiere contar con una cultura política bien entrenada en la consecución de acuerdos. Nuestro ecosistema democrático no ha facilitado, sin embargo, la adquisición de habilidades conducentes a impulsar con naturalidad dinámicas de pacto. Así, algunas declaraciones certifican la dificultad de nuestros líderes para orientarse en una nueva cartografía parlamentaria que exige traducir las preferencias de voto en proyectos de gobernabilidad estables.

Tener disposición para el acuerdo es una condición previa para que las distintas opciones con representación parlamentaria ordenen una negociación eficaz que saque rendimiento a las pretensiones de sus electores y garantice la conformación de Gobiernos. No es el caso del PP ni de Ciudadanos, que se dan por satisfechos con disputarse el espacio de una oposición de resistencia aparentemente poco útil para influir en la construcción de las soluciones que necesita España. Podemos sí ha manifestado interés en acordar un Gobierno de progreso con el partido que ha ganado las elecciones. También el PSOE ha expresado su voluntad de convertir a Podemos en socio preferente. Sin embargo, las conversaciones mantenidas entre los líderes de ambos partidos no parecen arrojar todavía un acuerdo, siquiera de investidura. Todo invita a pensar que la dialéctica competitiva seguida hasta ahora ha dado lugar a posicionamientos irreconciliables. Con independencia de cómo afecten al desenlace final las maniobras de presión que todos han activado para obligar al adversario a ceder en sus pretensiones de máximos, conviene recordar que una negociación de esta complejidad admite una metodología algo más depurada que la aparentemente utilizada.

El método cooperativo que sugieren Fisher, Ury y Patton en El arte de negociar sin ceder aspira, de hecho, a otorgar el mayor rendimiento a los verdaderos intereses que las partes tienden a ocultar bajo posicionamientos primarios. Averiguar esos intereses permite ensanchar el campo de las soluciones imaginativas formuladas en beneficio mutuo. Cuando el acuerdo esté próximo únicamente la Mejor Alternativa Posible a un Acuerdo Negociado será un incentivo al que recurrir para impedirlo. Tomando como referencia nuestra realidad política, vale la pena pararse a pensar cuál es la MAPAN para cada uno de los actores políticos implicados: ¿una primera investidura fallida? ¿otra exitosa en septiembre? ¿el bloqueo institucional? ¿la convocatoria de nuevas elecciones? o ¿el desistimiento del votante contrario?, entre otras. Con la sesión de investidura en ciernes, adivinar si alguien tiene una MAPAN podría ayudarnos a anticipar el auténtico margen con el que cada partido gestiona los costes y beneficios de un potencial (des)acuerdo. Todo ello, claro está, siempre que la negociación obedezca a parámetros de racionalidad política. Algo que no estamos en condiciones de poder afirmar. Pronto saldremos de dudas.

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Sobre la firma

Mariola Urrea Corres
Doctora en Derecho, PDD en Economía y Finanzas Sostenibles. Profesora de Derecho Internacional y de la Unión Europea en la Universidad de La Rioja, con experiencia en gestión universitaria. Ha recibido el Premio García Goyena y el Premio Landaburu por trabajos de investigación. Es analista en Hoy por hoy (Cadena SER) y columnista en EL PAÍS.

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