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Columna
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‘Sorpassismo’

Un objetivo legítimo puede convertirse en una obsesión y hacer que la búsqueda del fin desatienda los datos de la realidad, el mayor pecado de la política

Fernando Vallespín
El primer partido en importar el término 'sorpasso' fue Podemos.
El primer partido en importar el término 'sorpasso' fue Podemos.LUCA PIERGIOVANNI (EFE)

Dícese de la inmoderada obsesión de los nuevos partidos españoles nacidos de la crisis político-económica por superar en votos o escaños a aquellos que integraban nuestro tradicional bipartidismo imperfecto. La aspiración por conseguir desplazar a estos partidos de su hasta entonces privilegiado lugar, perfectamente lógica y coherente en un sistema de competencia interpartidista, recibió el nombre italiano de sorpasso, adelantamiento, superación, acto de sobrepasar. El uso de este término en Italia aludía al constante intento del PC italiano por tratar de imponerse a la Democracia Cristiana, con el cambio político cualitativo que eso significaba. Su semántica se extendía, pues, a algo más que la victoria de un partido sobre otro, sería la diferencia llamada a introducirnos en una nueva democracia.

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No es de extrañar, por tanto, que el primer partido en importarlo fuera Podemos en su tentativa por arrumbar al PSOE y convertirse en el referente español de los partidos de izquierdas. Pero no de una izquierda cualquiera, sino de un movimiento con la capacidad de romper con el anterior modelo de la Transición. Y tanto en las elecciones de 2015 como en las de 2016 estuvieron a punto de conseguirlo, al menos en votos. Lo que es importante observar es cómo la búsqueda del sorpasso, objetivo perfectamente legítimo, decimos, puede devenir en algo distinto cuando se convierte en una obsesión, cuando se carga de hybris y hace que la búsqueda del fin desatienda los datos de la realidad, el mayor pecado de la política. Es el momento en el que hace presencia el sorpassismo.

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En Podemos pudimos percibirlo cuando en 2016 abortó la posibilidad de otorgar la investidura a una posible coalición de PSOE y Ciudadanos, propiciando así que el PP acabara haciéndose con el Gobierno. Desde entonces tanto él como sus confluencias vagan erráticos por el sistema de partidos español, aunque últimamente han intercambiado la épica originaria por el más rentable papel de partido-muleta de los socialistas que busca permutar apoyos por cargos.

Después apareció un curioso caso de sorpassismo agudo en el otro nuevo partido, Ciudadanos. Aquí el viaje fue a la inversa del de Podemos. Nació como partido bisagra, pragmático y templado, centrista, con capacidad para pactar a ambos lados del espectro político. En un sorprendente giro político abandonó toda su prudencia realista para intentar convertirse en el primer partido del centro derecha. Lo sorpresivo es que carece de la épica asociada a la misma idea de sorpasso —en realidad no hay una propuesta diferencial relevante respecto del PP, por ejemplo—, y, sobre todo, porque su intento de conseguir el adelantamiento ya había sido refutado por los últimos datos electorales.

Esta curiosa actitud impuesta por su líder alteró en parte el sentido del término sorpassismo, que pasó a equivaler, pura y simplemente, a ofuscación por alcanzar el poder supremo dentro de uno de los dos grandes ejes ideológicos sin considerar otras opciones que se presentan objetivamente como más rentables políticamente. (Para más información, consúltese “el misterio Rivera”, “psicopatologías políticas”, “hiperliderazgos fantasmas”).

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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