_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desafecto

Por encima de todo guardo imborrable afecto a lo que falta, a lo que aún no llega o ya no vuelve

Fernando Savater
Valle de los Caídos III (Cuelgamuros), expuesta en PHotoEspaña.
Valle de los Caídos III (Cuelgamuros), expuesta en PHotoEspaña.MIQUEL GONZÁLEZ

En un artículo que volvía sobre el franquismo reencontré una expresión que no leía desde hace años: “Desafecto al régimen”. Como si me recordaran alguno de los motes nada amables de la época colegial. Fui desafecto al régimen como estudiante levantisco, como joven profesor, como “publicista” (pudoroso apelativo que nos daba la Revista de Occidente de Paulino Garagorri a los colaboradores sin mérito demostrado), como ácrata ingenuo, como libertino algo torpe, como novio sobón, como marido indeseable… Pero acabó el régimen (aunque hoy algunos no lo crean y lo zarandeen para darle grande y cómoda lanzada) y me temo que seguí bastante desafecto, no a la incipiente democracia aunque sí a los usos que le dan mis conciudadanos. La desafección se alivió algo allá por 1978, volvió a agudizarse pronto —ETA y Tejero mediante— para irse después haciendo crónica. Sobre todo desafecto a los míos, porque afecto a los otros nunca fui, hasta no saber ya si soy “de los nuestros”. Pero una desafección sin pavoneo ni autoindulgencia, la desafección de alguien en busca desesperada de afectos razonables a quien las circunstancias han convertido, como al Ricardo III chespiriano, en “enemigo de sí mismo”.

Escapan a mi desafecto varias personas, cada vez menos, algunas sin sospechar siquiera el favor que me hacen existiendo. Y ciertas instituciones venerables de las que me burlé cuando era como los tontos que hoy me desesperan. También los niños más pequeños, inquietos y parlanchines, por quienes daría la poca vida que tengo para rescatarles de familias y pedagogos. Y todos/todas quienes evitan el resentimiento de esas identidades que fundan farsantes y rentabilizan tribunos de la plebe. Por encima de todo guardo imborrable afecto a lo que falta, a lo que aún no llega o ya no vuelve.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_