La saturación de gestionar tres barrios en uno
Pikine es un distrito de Saint Louis (Senegal) que ha absorbido buena parte del éxodo rural de la región. Ha multiplicado su población por 17 en 50 años, lo que ha provocado importantes problemas de acceso a servicios básicos e higiene
Samba Sarr se levanta todos los días a las siete de la mañana. Paga poco más de 15 céntimos por un café con su amigo Malick, el mecánico, y entra en su taller llevando en la mano su vasito de plástico. Otro lo habría tirado al suelo, pero él se dedica exactamente a lo contrario: a buscar estos y otros residuos y reciclarlos para hacer obras de arte en su espacio For sopi (recoger y transformar, en wolof).
No es difícil en Pikine. En este barrio, a la entrada de Saint Louis (Senegal), reside un 25% de la población de la ciudad, y uno de los principales problemas, según señalan sus habitantes, es la higiene y la salubridad. Las basuras, presentes en toda la urbe, cobran aquí especial protagonismo dada la gran concentración de personas, así que Sarr no duda en actuar organizando patrullas de jóvenes para la recogida y selección de desechos que después usa en sus obras.
Además de su conciencia ecológica, le mueve su amor al barrio. La historia de su familia traza la vida del distrito del que hoy se ocupa. Sus padres proceden de Fouta, zona del interior de la región, a la orilla del río Senegal, y a principios de los sesenta, cansados de las penurias rurales, se desplazaron a probar mejor suerte en la ciudad.
Según un estudio de M. Tine en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar, de esa época datan los primeros asentamientos en el barrio. Sector esencialmente agrícola en su origen, la Administración Colonial Francesa, necesitada de espacio donde acomodar a la creciente población, decidió autorizar 120 concesiones en esta zona pegada a las márgenes del río, reconociendo que las condiciones eran “poco propicias” para el hábitat.
En este barrio, reside un 25% de la población de la ciudad, y uno de los principales problemas es la higiene
Es lo que hoy se conoce como el Pikine antiguo (Pikine 1), hoy flanqueada por un dique de protección, donde se instaló también una central eléctrica que aún sigue en uso como almacén de piezas y recambios.
El resto del barrio no es así. A la familia Sarr se le unieron otras tantas de zonas del interior del país e incluso de Malí y Mauritania. “La gente iba asentándose donde podía —explica el artista—, primero con construcciones en paja y poco a poco mejorando las infraestructuras con cemento”. Con el apoyo de un régimen de propiedad y ocupación de la tierra laxo y desregulado, numerosas familias se fueron instalando en lo que hoy se conoce como Pikine 2: un suburbio anárquico que se asentó sobre una concesión privada de más de 450 hectáreas que el gobernador francés de la época, Faidherbe, ofreció a un exmilitar del Walo, cuyos herederos vendieron a precio de saldo a inmigrantes rurales y personas desfavorecidas de Saint Louis y el barrio de Guet Ndar.
Así se fue creando una maraña de casas irregulares que se entremezclan, un laberinto de estrechos y azarosos caminos de arena que a menudo no llevan a ninguna parte. “Si tenemos una urgencia no nos pueden evacuar, pues por estas calles no entra ni un coche”, se queja una vecina. Aquí vive más de la mitad del barrio, superando por zonas los 300 habitantes por hectárea.
Las 3.000 personas que vivían en Pikine a principios de los sesenta se multiplicaron en 9.000 a mediados de la década, y hoy, según los últimos datos de la Agencia Nacional de Estadística y Demografía (2013) sobrepasan los 51.000 habitantes. El número se ha multiplicado por 17 en tan solo 50 años. Las consecuencias se resienten en muchos aspectos: servicios sobresaturados, sistema de saneamiento insuficiente e incluso escasez de espacio dentro de las casas.
En la familia de Madabo Fall se turnan para ocupar las habitaciones. Él, alumno de segundo curso de Comunicación en la Universidad Gaston Berger de Saint Louis, no tiene literalmente donde estudiar. “Repaso mentalmente mis apuntes mientras ando por la calle”, explica. Su familia, como muchas otras del barrio, tiene dificultades para atender las necesidades de todos sus miembros, así que él compagina sus horas lectivas con la venta de mandarinas, que le permiten apañarse para cenar algunas noches por su cuenta. Se estima que más del 80% de las cabezas de familia del barrio no están asalariados y los ingresos que consiguen provienen del pequeño comercio, el transporte y la artesanía.
Desde mediados de los 2000, el barrio conoce otra extensión: Pikine 3. Se trata de una gran superficie ganada a las marismas y zonas inundables gracias a rellenos de arena que han permitido aumentar la ocupación del barrio con espacios un poco más amplios que Pikine 2 y que ha sido posible gracias a una fuerte inversión europea.
Este proyecto de estructuración del barrio, el primero desde su creación y que interviene desde 2006, ha conseguido instalar 10.000 metros de adoquín, una red de electrificación y de alumbrado público, una red de agua potable, 11.000 metros lineales de saneamiento de aguas pluviales, dos estaciones de bombeo, además de ayudar a formalizar la propiedad de la tierra remplazando los precarios documentos que hasta el momento tenían los habitantes.
Se estima que más del 80% de las cabezas de familia del barrio no están asalariados y sus ingresos provienen del pequeño comercio, el transporte y la artesanía
Pese a que se vive mejor, los retos aun son muchos: “En la época de lluvias, los sistemas de evacuación de las aguas se atascan lo que provoca grandes acumulaciones de mosquitos”, comenta Ousmane Fall, médico tradicional. Entre una amplia gama de plantas y ungüentos de su farmacia natural, situada en Pikine 3, destaca aquellas que curan el ndoxum siti como las más vendidas. “Es una enfermedad que provoca picores, pequeños granos que salen por todo el cuerpo cuando comienzan las lluvias y que empeoran con la polución”, afirma, indicando que la sufre buena parte de la población.
Con respecto al suministro de alimentos, también hay consecuencias, pues el mercado de Sor está lejos y los productos se encarecen con el transporte. Hoy convive con pequeñas mesas con apenas una decena de verduras instaladas en vías y aceras, pero que resuelven el quehacer cotidiano de muchas familias.
Los habitantes del barrio no señalan a la violencia y la delincuencia como un problema. Sin embargo, las mujeres desaconsejan pasear cuando cae la noche. “Sin alumbrado público y con tanta gente desconocida, nunca sabes lo que puede ocurrir. Y a veces, pasan cosas”, comenta la joven Fatoumata, de unos veinte años.
Espíritu rural
“Aunque parezca mucha la inversión de estos últimos años, esta se diluye entre las grandes dificultades que afrontamos. Los gobernantes son unos completos desconocidos aquí salvo en épocas de elecciones: la supervivencia del barrio es gracias al vecindario, de una gran solidaridad en las cuestiones comunes”, afirma Samba Sarr.
Como muchos jóvenes, él también forma parte de la asociación cultural y deportiva de su sector, una entidad que agrupa a cientos de chicos alrededor del fútbol (“como excusa”, según Sarr), pero también a otras labores ciudadanas como limpiezas de zonas comunes, apoyo a niños talibés, u organización de ceremonias. Se cuentan, además, más de 130 asociaciones de mujeres en el barrio, 15 de jóvenes y numerosos grupos religiosos.
La falta de vínculos históricos entre las personas del barrio debido a los diferentes orígenes y momentos de llegada ha sido atenuada por el fuerte tejido social, que propicia la mejor integración de los extranjeros. “Los walo-walo, los tukuleur, los socés, los bambaras, … se entremezclan con los wolof y los peul [etnias mayoritarias, que ocupan el 70% y el 20%, respectivamente, de la población] sin ningún problema”, explica Sarr. “Las relaciones se basan aun en la tradición rural de los habitantes, que siguen la lógica del vivir en comunidad. Si tengo que describir el barrio en una palabra, pese a lo grande que es, pese a su historia y todos sus problemas, diría dekkukaay, un lugar para vivir”.
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