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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Uxue Barkos, el carisma de la resiliencia

La presidenta de Navarra plantó cara al cáncer y es un ejemplo de nacionalismo no sectario

Uxue Barkos.
Uxue Barkos. Luis Grañena

Uxue Barkos (Pamplona, 1964) “renunció” a su apellido en la campaña de las elecciones autonómicas. Era la manera de acercarse a los navarros, de abjurar de la púrpura, pero la estrategia de cercanía no le ha prevenido de un alejamiento del poder y de los objetivos.

No está claro si terminarán gobernando la comunidad foral los socialistas o la coalición ganadora en las urnas —UPN, PP, Cs—, pero sí es casi seguro que Barkos tendrá que abdicar. La constelación nacionalista que ella lidera —Geroa Bai— no ha resistido el viento ni la marea electorales.

Vienen a cuento las metáforas meteorológicas porque ella misma las empleó hace seis años como encabezamiento de su memorial de la lucha contra el cáncer (Contra viento y marea). No era un ejercicio de victimismo. Más bien un manual de rescate de sí misma y una ventana a la pedagogía. No solo porque Barkos hizo entusiasta apología de la sanidad pública, sino porque su peripecia personal identificaba las angustias y las esperanzas de otras mujeres que padecían cáncer de mama. Cómo explicarle la enfermedad a tu hijo. De qué forma “mirar cara a cara a la muerte”. Cuánto relativizar las causas estériles. Hasta qué punto maldecir el tiempo perdido. Y de qué manera reaccionar al veneno de la quimioterapia. Se le cayó el pelo a Uxue Barkos. Y llegó a comprarse una peluca para disimular el contratiempo, pero no se reconocía delante del espejo. La decisión de raparse sugestionó un ejercicio de catarsis, le resultó un ritual liberador.

Nadie mejor que ella para recubrirse la cabeza con un pañuelo. Pamplonica, sanferminera. Y cómplice tantos años del caos hedonista que precipita el chupinazo. Suyos fueron los honores de “lanzarlo” en las fiestas de 2008, pero más ilusión le hizo que el alcalde de Pamplona Enrique Maya (UPN) se recubriera la cabeza con un pañuelo encarnado en el chupinazo de 2012.

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Estaba Barkos en el balcón municipal y le conmovió que tantos otros vecinos imitaran el gesto solidario. Ya le habían concedido un homenaje entrañable las señorías cuando Barkos reapareció en el Parlamento nacional en agosto de 2011. Se pusieron de pie, la aclamaron, aunque las atenciones del hemiciclo no distrajeron el discurso de la diputada navarra sobre las urgencias de una reforma constitucional. Barkos considera que la Constitución es estrecha y anticuada. Y ha defendido las necesidades de un mayor autogobierno, aunque sus convicciones ideológicas y políticas no han discriminado otras sensibilidades. Por eso sorprendió y no sorprendió a la vez su mensaje de investidura hace cuatro años: “Soy presidenta abertzale de una Navarra que no lo es”.

Sus convicciones no discriminan otras: “Soy presidenta abertzale de una Navarra que no lo es”

Era la manera de comprometerse al gobierno de todos. Y de hacer equilibrismo en una coalición que contenía las siglas propias (Geroa Bai), el apoyo mercurial de Podemos, la presión soberanista de Bildu y la tensión ideológica de Izquierda-Ezkerra. Barkos tuvo que calibrar su naturaleza pasional y su capacidad estratégica, aunque vino a socorrerla muchas veces su vocación y profesión periodísticas en las artes de la comunicación. Porque es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Y porque desempeñó el oficio en la radio (Radio Nacional), la prensa escrita (Navarra Hoy) y la televisión: la corresponsalía en Madrid de Euskal Telebista le puso muy cerca cruzar a la otra orilla del Parlamento.

Fue en 2004 cuando se bautizó como diputada con la bandera de Nafarroa Bai. Y hubo de alojarse en el grupo mixto, aunque la aparente marginalidad no impidió que los colegas o excolegas de la prensa la proclamaran “diputada revelación” de la temporada. Se ponderaban así la buena oratoria y las cualidades carismáticas. También se reconocía la valentía de sus discursos, algunos de ellos tan impopulares como su apoyo a las negociaciones con ETA.

Le reprochan sus rivales de Unión del Pueblo Navarro (UPN) la pretensión de expandir la enseñanza del euskera y de abusar del adoctrinamiento nacionalista, aunque Uxue Barkos amontona razones culturales, políticas, sentimentales y hasta familiares para reivindicar la lengua vasca. Su padre, activista del antifranquismo, fue pionero en la raigambre y desarrollo de las ikastolas, más allá del folclorismo con que las toleraba la dictadura del caudillo.

Se explica así la evolución de apellido que ha introducido la presidenta saliente del Gobierno de Navarra: el Barcos originario ha dado lugar a Barkos. De ahí la importancia que revestía anunciarse sin él en los últimos carteles electorales de mayo de 2019: Uxue.

Es una prueba de su popularidad. Y de la nota alta que le otorgan siempre las encuestas de simpatía del CIS. Se han malogrado las ambiciones con que la lideresa de Geroa Bai llegó al cargo en 2015 —“Recuperar Navarra”—, pero Barkos promete una oposición constructiva. Y promete también dejar más tiempo a sus aficiones: pasear, leer mucho y dedicarle más tiempo al rugby. No porque juegue ella a la disciplina de la mêlée y el balón ovalado, sino porque lo hace su hijo Xabier más o menos consciente de la alegoría política que conlleva este deporte de caballeros: se avanza retrocediendo, contra viento y marea.

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