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Este es el verdadero rostro del cambio climático

Este voluntario relata cómo cambió su percepción sobre los problemas medioambientales una vez que fue a Perú y miró a los ojos a los principales perjudicados por El Niño Costero

Los voluntarios hablan con los lugareños afectados por El Niño Costero.
Los voluntarios hablan con los lugareños afectados por El Niño Costero.J. F.
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La semana pasada se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. Un hecho que hasta la fecha me tocaba tangencialmente. Como todos, entendía que tenemos que cambiar nuestros hábitos, que no podemos exprimir la Tierra y sembrarla de desechos, que tenemos que empezar a actuar a diferentes niveles con inmediatez… Pero después de involucrarme en un proyecto de voluntariado en Perú entiendo que el cambio climático tiene rostro: el de las miles de familias afectadas por él. Miedos, vidas truncadas, la amenaza de un enemigo implacable que no entiende de planes, anhelos o necesidades. Eso es para mí el cambio climático ahora.

Hace dos años, las lluvias torrenciales y las inundaciones en Perú se cobraron la vida de 162 personas. Más de 1,5 millones se vieron afectadas y 250.000 damnificadas. Esta catástrofe fue consecuencia del fenómeno El Niño Costero, que acontece cuando las aguas marinas sobrepasan los 25 grados durante periodos largos de tiempo. Como consecuencia del cambio climático, su frecuencia y virulencia se han incrementado durante los últimos años.

El pueblo de Cura Mori, ubicado en la región del norte de Perú, una de las más pobres del país, fue literalmente arrasado por el agua. Este es el escenario del proyecto en el que he participado y que tiene como objetivo crear un nuevo sistema de abastecimiento de agua potable para unas 1.000 personas. Esta iniciativa, que desarrollamos junto con Ayuda en Acción, es parte del programa Infraestructuras Sociales, en el que voluntarios de Ferrovial colaboran en proyectos de agua y saneamiento, una oportunidad excepcional para desarrollar nuestro trabajo en los lugares en los que más se necesita.

Tras un proceso de selección, al que nos presentamos candidatos de distintos países, áreas y negocios, fui elegido para formar parte del equipo de cinco voluntarios que viajaría a Perú. Mi misión: colaborar en un programa de sensibilización en materia de mejores prácticas de higiene saludable. Asistí a varias sesiones en Madrid con expertos en cooperación para conocer el país y las consecuencias de las inundaciones. Después de mil y un consejos, colgué el traje para calzarme las botas. Comenzaba mi viaje a Perú. El equipo de especialistas: dos ingenieros de caminos y puentes; una topógrafa; una experta en seguridad y salud laboral; y por último yo, un periodista especializado en comunicación, sensibilización y formación.

Tras un par de días de aclimatación en Lima, donde trazamos las líneas maestras de nuestra actuación con el equipo de Ayuda en Acción, partimos hacia el norte. Nerviosismo, curiosidad, entusiasmo, compromiso y ganas de aterrizar me acompañaban durante todo el trayecto. Por fin llegamos. Nos acogía la ciudad de Piura. Una localidad de clima árido, seco, sitiada por el desierto, se convertiría en nuestra base de operaciones. Su principal característica: ser la región más devasta por El Niño Costero. Prácticamente acaparó el 70% del desastre del país.

Después de levantarnos en nuestro hotel con todas las comodidades volvíamos a enfrentar la realidad: estábamos allí para llevar agua a personas sin acceso a ella

Nuestro hotel estaba situado justo enfrente del río de Piura. El mismo que se desbordó en 2017 al superar su caudal los 3.000 metros cúbicos por segundo. Cada mañana desayunando observaba las tranquilas aguas del río que había causado la inundación sin dejar de sorprenderme cómo, en cuestión de minutos, la naturaleza puede poner nuestras vidas del revés. El agua alcanzó una altura de metro y medio en el centro de la ciudad. Aún son visibles las cicatrices: con total nitidez se pueden identificar las marcas en las paredes hasta donde llegó. Pero los recuerdos de la tragedia estaban aún vivos: las informaciones meteorológicas alertaban de que un nuevo Niño Costero podía volver a asomar, y es que en esta región ha dejado de ser un fenómeno tan excepcional.

Vivir con agua potable tres veces a la semana

Trabajar en un proyecto de cooperación con una ONG de la talla de Ayuda en Acción suponía un reto y una oportunidad. Sí o sí había que estar a la altura, atento a los detalles y preparado al 100% para aprovechar cada minuto en terreno. El escenario era totalmente distinto del habitual: el cliente no era ninguna administración pública ni organismo privado, sino los propios habitantes de un pueblo que no tienen acceso a agua potable: Rosa Elvira, que acumulaba el agua en barreños en el patio de su casa; Flor que tuvo que resguardarse durante meses en un hotel para que su niño recién nacido no se contagiase de dengue; o Erika que perdió a sus animales y las tierras en las que cultivaba... Nuestro objetivo no era diseñar una autopista, sino cubrir una necesidad básica. Después de levantarnos en nuestro hotel con todas las comodidades volvíamos a enfrentar la realidad: estábamos allí para llevar agua a personas sin acceso a ella.

Durante 15 días viví una inmersión total en el proyecto, entendiendo las necesidades, entrevistándome con los afectados y acordando prioridades con el equipo de técnicos de Ayuda en Acción. Alternábamos días de trabajo en oficina con salidas a terreno. El primer día que visitamos Cura Mori el impacto fue brutal. Recorrimos las dos comunidades, charlamos con la gente y conocimos la realidad del lugar: hogares construidos a base de madera, estera y caña, sin luz eléctrica, baños, ni agua corriente. Solo acceden a agua tres veces a la semana durante una hora y media. Todos sus sistemas de abastecimiento habían sido destruidos.

También pudimos visitar a los desplazados por las consecuencias del cambio climático. Durante los días de lluvias torrenciales muchas personas se tuvieron que refugiar en albergues situados en zonas desérticas de la carretera panamericana. En la zona alta, donde los brazos del río no llegan a alcanzar. Hoy son aún más de 10.000 los damnificados que continúan viviendo en estos campamentos. Muchos de ellos esperan ayudas que quizás no lleguen nunca.

Con la foto grande hecha, comprendido el contexto y el reto que teníamos por delante nos pusimos manos a la obra. El proyecto comprende demoler el actual tanque de agua que está prácticamente destruido y construir uno nuevo. Este servirá para proveer agua con la fuerza necesaria a todos los hogares. También se harán nuevas tuberías de conexiones domiciliarias y se instalarán letrinas ecológicas. Apurábamos cada segundo entre cálculos matemáticos, programas de diseño y hojas de Excel para poner cuanto antes un informe encima de la mesa.

Mi cometido humanista difería de la técnica matemática. Mi reto fue acordar acciones relacionadas con la sensibilización, formación y educación en materia de salud e higiene. Muchas de las enfermedades aún presentes como el zika, el chikungunya, o el dengue —proliferaron en 2017 más de 48.000 casos— se propagan debido al almacenaje del agua en cubos, no disponer de baños o a malas prácticas de higiene. La mejor forma de afrontar este desafío ha sido a través de una comunicación sencilla y visual. Talleres y cuñas de radio han sido las herramientas.

Te llevas mucho más de lo que dejas

Estoy seguro de que nuestro trabajo en Cura Mori aportará un valor adicional para acelerar la implementación de las infraestructuras. No obstante, hay algo en lo que los cinco voluntarios coincidíamos: te llevas mucho más de lo que dejas. La oportunidad de vivir una experiencia de voluntariado hace que tu silla se mueva. Es un choque enorme, supone un salto al vacío. Te traslada a una realidad distinta de la que vives agitando los cimientos sobre los que se asientan tus prioridades, tus preocupaciones y tus certezas. Esta experiencia podría calificarla de única, emocionante y gratificante.

Espero que los habitantes de Cura Mori mejoren su calidad de vida gracias a este proyecto, y que El Niño Costero no vuelva a amenazar sus costas. Tras mi vuelta a Madrid tengo la impresión de que esta experiencia se traduce en que entiendo una pequeña parte de lo que antes era casi un concepto abstracto: cambio climático. Entiendo que su alcance puede ser desmedido y su piedad nula. Entiendo que es nuestra culpa y que solo a nosotros nos corresponde frenarlo. Vivimos en una región privilegiada y por eso tenemos una deuda con quienes por circunstancias del azar se encuentran donde la naturaleza golpea con más fuerza. Las pequeñas acciones de la vida marcan la diferencia. Las pequeñas actuaciones en pueblos como Cura Mori son capaces de mejorar la vida de miles de personas.

Jaime Fagoaga es gerente de Comunicación de Ferrovial Servicios y voluntario del programa Infraestructuras Sociales desarrollado en Perú con Ayuda en Acción.

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