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Columna
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La que has ‘liao’, pollito

Lo grave es que Iglesias está destrozando no ya un partido, sino los sueños de toda una generación que sabía distinguir a la perfección los cielos de los frescos de una sala ministerial

Jorge M. Reverte
Fotografía de archivo del pasado 6 de mayo del líder de Pablo Iglesias, y Pablo Echenique, en Madrid.
Fotografía de archivo del pasado 6 de mayo del líder de Pablo Iglesias, y Pablo Echenique, en Madrid. J.J. Guillén (EFE)

Hace pocos años, una niña hizo que su frase “la que has liao, pollito” pusiera las redes sociales patas arriba. La niña consiguió, con su gesto y con su frase, un excelente resumen de las actitudes que, a veces, los adultos muestran ante los resultados de sus actos equivocados. A buen seguro, la ya poco inocente pequeña tenía pensado que la responsabilidad del desaguisado que estaba montando sobre la mesa iba a recaer sobre la —esa sí— inocente mascota.

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Pablo Iglesias, jefe absoluto de Podemos desde la asamblea multitudinaria de Vista Alegre, en Madrid, ha actuado de la misma manera: desde entonces, cuando echó sin miramientos a Íñigo Errejón de una organización que se suponía más democrática que las otras.

Desde que el mundo entero viera sorprendido la enorme exhibición de fuerza de toda una generación en la Puerta del Sol de Madrid, ha pasado poco tiempo. Pero es como si la historia hubiera girado de manera vertiginosa sobre nuestras cabezas y nos devolviera, tras una serie casi inacabable da vaivenes, al origen de todo. Las tiendas de campaña desde las que se excavaba en el asfalto para encontrar ahí debajo el cielo al que se había renunciado después de 1968, se convertían en lujosas dachas en Galapagar, y los propagandistas libertarios que gritaban a todo pulmón: “Sí, se puede”, aullaban ahora con la misma fuerza y decisión llamando a un nuevo Lenin.

No había sangre esta vez, que es una gran diferencia, pero había, una exhibición de irresponsabilidad que puede llevar a la melancolía a mucha gente. Lo de menos es la patética excursión de Iglesias mendigando un ministerio a Pedro Sánchez. Y tampoco tienen mayor importancia los desaguisados cometidos en nombre de un solo teórico desprecio del poder. Lo grave es que la autocrítica que Iglesias, siguiendo a Vladímir Ilich, aplica con tanto rigor a sus rivales internos, no la ejerza de verdad.

Lo grave es que Pablo Iglesias y sus numerosos mamporreros están destrozando no ya un partido, sino los sueños de toda una generación que sabía distinguir a la perfección los cielos de los frescos de una sala ministerial.

Yo creo que el proyecto de Podemos no se muere con la entrega, de momento fallida, eso sí, de Iglesias a la “normalidad”. No he compartido ese proyecto, pero comparto la mirada de sus partícipes sobre muchas cosas.

La que has liao, pollito.

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