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Columna
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Fin de ciclo

El populismo levógiro ha declinado por su incapacidad de construir institucionalmente partidos de Gobierno

Enrique Gil Calvo
Pablo Iglesias durante la rueda de prensa del pasado 27 de mayo, en Madrid.
Pablo Iglesias durante la rueda de prensa del pasado 27 de mayo, en Madrid. OSCAR DEL POZO (AFP)

Parece que el ciclo de protesta contra la política de austeridad, iniciado a comienzos de la década en el sur de Europa, acaba de terminar. El pasado 26 de mayo sufrieron derrotas irreversibles los tres grandes proyectos de populismo de izquierdas que habían logrado predominar en los países mediterráneos aquejados por la crisis del euro: Grecia, (donde Syriza logró el sorpasso al Pasok en 2012 y la mayoría en 2014), Italia (donde el M5E logró el sorpasso al PD y la mayoría en 2013) y España (donde Podemos logró romper el bipartidismo y a punto estuvo de alcanzar el sorpasso,aunque no la mayoría). Pues bien, esas tres fuerzas han sido simultáneamente humilladas por sus electores, perdiendo casi todo su capital político.

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Este final de ciclo solo parece afectar al populismo de izquierdas, pues el de derecha ultranacionalista apenas si se ha visto afectado. Ha sufrido importantes derrotas en Alemania, Holanda y los países nórdicos, pero se ha mantenido en Francia y los países del Este, obteniendo una victoria espectacular en el Reino Unido y sobre todo en Italia. De modo que todavía no se vislumbra un final de ciclo para el populismo de derechas, pues su auge actual tras la crisis de los refugiados de 2015 fue posterior al del populismo de izquierdas. Y este debe de ser también el caso del secesionismo catalán, que si bien arrancó en 2012, a la vez y por las mismas razones que el populismo de izquierdas, sin embargo presenta el mismo aire de familia que el populismo ultranacionalista. Esperemos que su ciclo acabe algún día.

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¿Por qué ha caído el populismo de izquierdas? En España tendemos a interpretar el caso de Podemos en clave de telenovela, culebrón o melodrama, echando las culpas ya sea a las maledicencias de Yago Monedero, que enciende los celos de Otelo Iglesias contra la infidelidad de las Desdémonas Carmena o Errejón, o a las malas artes de Lady Macbeth Montero, que desde su castillo de Galapagar juega a ser la Yoko Ono que acabará con Podemos. Cotilleos del corazón que no merecen ningún análisis político. Tampoco hay que tomarse en serio los subterfugios que usa Pablo Iglesias como pretexto para eludir su autocrítica, descargando sus responsabilidades sobre las luchas internas (sembradas por las purgas que decretó) o la renuncia de Pedro Sánchez a nombrarle ministro. Las cosas son más sencillas.

El populismo de izquierdas se ha consumido por su incapacidad de construir institucionalmente partidos de gobierno, y no solo de oposición. Ya lo denunció Naomi Klein en su libro Decir no no basta. No basta con protestar, luchar, vetar, bloquear, purgar o depurar, pues además hay que trabajar, construir, organizar, edificar, cohesionar, pactar y acordar. El nihilismo contrainstitucional es la enfermedad autoinmune del populismo, que le conduce a destruirse a sí mismo.

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