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Columna
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Historias de ‘sorpassos’

La desventura de Podemos puede servir de lección a Ciudadanos

Josep Ramoneda
Albert Rivera junto a Ignacio Aguado, el pasado 27 de mayo.
Albert Rivera junto a Ignacio Aguado, el pasado 27 de mayo. Lalo Alvarez (GTRES)

El 28-A alimenta la fantasía del sorpasso de Ciudadanos al PP. Ahora, el hundimiento de Podemos, cuyo poder municipal queda reducido a Cádiz, y la posibilidad de que el PP gobierne en Madrid y conserve la Comunidad han resucitado la memoria del bipartidismo. Y los más nostálgicos hablan de su increíble capacidad de resistencia. Cierto que el PSOE ha ganado con claridad en todos los frentes. Y que tanto Podemos como sus aliados territoriales han sufrido una severa derrota. Pero, en la derecha, sólo el éxito madrileño atenúa la debacle del PP. Las relaciones de fuerza no quedan lejos de las generales, pero se ha visto que el sorpasso no era tan fácil como creían los dirigentes de Ciudadanos, que apostaron su estrategia a esta carta.

El multipartidismo está ahí, pero a los aspirantes les queda mucho trabajo hasta alcanzar el nivel de resistencia de sus mayores. Y las elecciones municipales lo han revelado porque han dado cuenta de la verdadera implantación territorial de cada partido. Y ahí PP y PSOE aventajan en mucho a los demás, excepto en aquellas comunidades con un sistema de partidos propio, como Cataluña y el País Vasco. Tanto Ciudadanos como Podemos tienen mucho trabajo por delante hasta conseguir una implantación competitiva. Y para ello necesitan superar sus déficits estructurales. Ciudadanos, su radical apego a la doctrina de Carl Schmitt de la política como lucha entre el amigo y el enemigo; y Podemos, la incapacidad de dar un contenido político a su proyecto, única forma de superar la combinación suicida entre doctrinarismo y personalismo.

La historia de Podemos es ilustrativa. Después de su impacto en las europeas de 2014, en plena crisis del PSOE, llegaron a soñar con el sorpasso. Quedaron cerca, pero la fantasía había calado tanto que convirtieron un éxito —su irrupción en el Congreso con 70 escaños— en un fracaso. Vino luego el error decisivo, el rechazo a votar un gobierno PSOE-Ciudadanos que les dejaba espacio libre para crecer desde la oposición. Aquella decisión abrió una fractura interna que se convirtió en ruptura, con la pelea Iglesias-Errejón en Vistalegre 2, y colocó al partido en una pendiente de la que ya no se ha recuperado. Hasta tocar fondo el pasado domingo. Podemos obtuvo siempre sus mejores resultados donde se presentaba en candidaturas lideradas por sus socios locales. Y cuando estas confluencias han fallado el edificio se ha caído. Sin que el núcleo central, fracturado por el narcisismo de las pequeñas diferencias, pudiera aguantar el envite.

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La desventura de Podemos puede servir de lección a Ciudadanos. Rivera y compañía también creían tener el sorpasso, en este caso al PP, al alcance de la mano. Ahora no saben dónde están. Y pueden quedar condenados al papel de complemento de la restauración conservadora de la derecha. Se forjaron en una sola pelea: contra el soberanismo catalán. Y en ella han quedado atrapados.

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