Vivir el sueño americano: cuando tu hijo estudia y compite en EE UU
Hace poco más de una semana que le despedí en el aeropuerto madrileño Adolfo Suárez, donde embarcó rumbo a Tennessee con ilusión y tristeza a partes iguales
Hay más de 6.900 kilómetros de distancia entre Madrid y la ciudad estadounidense de Chattanooga, situada en el estado de Tennessee. Hace poco más de una semana que me despedí de mi hijo en el aeropuerto madrileño Adolfo Suárez, donde embarcó rumbo a esa población, situada casi en la frontera con Georgia, para incorporarse al equipo de fútbol Dalton Red Wolves SC, que compite en la USL League Two estadounidense y es filial del Chattanooga Red Wolves. Un viaje con el que inicia una etapa como futbolista en la liga “preprofessional” líder en Estados Unidos y Canadá que se extenderá durante los próximos meses. Allí le ha llevado una pasión por su deporte, el fútbol, que comenzó hace ya bastantes años, creo que en el mismo momento en que empezó a caminar.
No le recuerdo de ninguna otra manera que no fuera con una pelota próxima a sus pies. Durante sus primeros años siempre iba al parque con un balón y las dimensiones del mismo daban igual; golpear el esférico, correr detrás de él, esquivar obstáculos que dificultaran su conducción o intentar marcar gol en cualquier improvisada portería, ya fueran árboles o ropa tirada en la hierba, resultaba su mejor diversión. Conforme fue creciendo, como muchos niños y niñas, el patio del colegio se convirtió en otro entorno ideal en el que disfrutar jugando al fútbol con sus compañeros de clase. Algunos días podía observarle a hurtadillas, en el recreo o justo a la salida de clase, y allí estaba siempre regateando, chutando y golpeando el balón. Le veía feliz.
Con cinco años me pidió que le apuntara en un equipo del barrio, en Vallecas. Frente al colegio en el que cursaba 3º de educación infantil existía, y existe todavía, la instalación municipal José Durán. De esta manera, pasó a formar parte de los chupetines de la Agrupación Deportiva Madrid Sur. Un equipo al que también se unieron la mayoría de sus amigos del “cole” (Miguel, los dos “Danis”, Víctor, Lucas, Javi…), con los que prolongaba los partidos y la diversión del patio también fuera del centro educativo, tres días en semana.
Pasados un par de años, uno de estos amigos, socio junto a su padre del Atlético de Madrid, le comentó que este club iba a hacer unas pruebas de acceso en los campos de fútbol Ernesto Cotorruelo, en Carabanchel. Y allí acudimos. Varias semanas después recibimos una carta del club confirmando que le habían admitido y que, pasado el verano, estaba citado para empezar la temporada en la cantera del club. Dice Paul Auster que “somos el resultado de las decisiones que tomamos”. Es verdad. Alonso tenía tan solo 7 años y, sin saberlo, ni él ni nosotros, empezaba en ese momento una aventura deportiva y personal que aún continúa. Porque la entrada en esa estructura de fútbol base de un club de élite iba a marcar su infancia y su adolescencia -y también el día a día del resto de la familia-.
Nuestras tardes de diario ya nunca fueron las mismas. Le recogía en el cole e inmediatamente, ya en el interior del coche, comenzaba a merendar mientras llegábamos al aparcamiento de las instalaciones deportivas, en Majadahonda, después de un viaje de más de 40 km, donde, además, hacía los deberes del día siguiente antes de empezar a entrenar. Una buena parte de las horas de sábados o domingos se dedicaban ya a los partidos. Y muy pronto también comenzaron los viajes para asistir a torneos por toda España. Con 13 años, Alonso se incorporó a la cantera del Rayo Vallecano de Madrid pues, junto a las del Real Madrid y el Atlético, es otra de las mejores en la capital. Su ciudad deportiva se encontraba a escasos minutos en coche de su colegio, el Gredos San Diego Vallecas, lo que, en principio, iba a facilitar la “logística” y conciliación familiar. Además, tanto su padre como sus abuelos son vallecanos y para él era un orgullo jugar en el equipo del barrio.
Los años pasaban y Alonso seguía compitiendo con éxito en las máximas categorías del fútbol base. Sin embargo, la exigencia y la dedicación se incrementaban a medida que iba creciendo. En el ámbito deportivo, aumentaron los días y las horas de entrenamiento, que en periodos de pretemporada podían incluir sesiones dobles y cinco o seis días a la semana. Y en el plano académico, en la secundaria y aún más en el bachillerato, tenía que dedicar más tiempo al estudio y para la realización de los trabajos y tareas de clase. La complejidad aún fue mayor con la incorporación de Alonso a la universidad, donde, pese a todo, finalizó con buenos resultados el primer curso de Económicas, en idioma inglés. Su primer curso universitario coincidió con su año como juvenil del División de Honor del Rayo Vallecano, si bien ya había jugado con este equipo, en la cima de la pirámide del fútbol base en España, durante el año anterior.
Pero en nuestro país no existe ninguna estructura o reglamentación que ayude a compatibilizar ambas facetas, permaneciendo ambos mundos totalmente separados y sin ningún tipo de coordinación entre los clubes de fútbol y la administración académica. Los chicos y chicas futbolistas se encuentran en el inicio de su etapa universitaria en una verdadera encrucijada. En muchos casos, deben elegir entre renunciar al fútbol, a su gran sueño, para seguir estudiando en España, o apostar todo a una supuesta carrera profesional llamado en el “deporte rey”, poniendo todos los huevos en una misma cesta. Aunque las posibilidades estadísticas de éxito son escasísimas y se trata de un camino tortuoso, con muchos contratiempos e imponderables como, por ejemplo, las lesiones.
Desde casa siempre hemos puesto por delante la buena marcha en los estudios como condición “sine qua non” para seguir jugando al fútbol. Y desde muy pronto Alonso compartió por completo esa visión. Por lo tanto, había que buscar una alternativa, una tercera vía, que permitiera a Alonso continuar su formación y seguir compitiendo al más alto nivel. De este modo, el pasado verano se incorporó a Florida Atlantic Univesity (FAU), que compite en la NCAA División I, después de obtener una beca deportiva y académica con el apoyo de AGM Education. En Estados Unidos, los estudiantes que compiten con los equipos de su universidad son considerados “student-athlete”, una calificación que favorece la adecuación del calendario, la coordinación entre entrenadores y profesores, el apoyo académico con tutores, etc. Alonso ha continuado este curso sus estudios de “Economics” y finalizado su periodo de novato (“Freshman”) en el equipo de soccer de la universidad. Las cosas en este primer año de su aventura americana no han podido ir mejor. Buenas calificaciones académicas y la inclusión en el Tercer Mejor Equipo y el Mejor Equipo de Novatos del Campeonato. Por ello, ha sido seleccionado para competir este verano en la segunda división de la United Soccer League (USL). Esta noche he conectado la televisión a Internet para ver su debut en Dalton. Con el 8 a la espalda, ha dado la asistencia para el único gol del partido que, a la postre, ha supuesto la primera victoria del equipo en la temporada. Alonso me ha enseñado que no hay que renunciar a las metas que uno se marca, solo hay que saber elegir el camino adecuado para lograrlas.
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