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Nueve propuestas educativas para una crianza más eficaz

La prueba y error es fundamental, pero lo es aún más la prueba y error en cuerpo ajeno: se debe aprender de los demás

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Empezaré diciendo que no soy quién para dar lecciones a nadie, ni en este tema ni en ningún otro, pero criar a un hijo es algo tan increíble, una aventura tan grande y una responsabilidad de tal envergadura, que hace que el concepto de tiempo se contraiga y todo suceda extraordinariamente rápido; por ello, a veces siento que necesito sentarme a pensar qué va bien y por qué, qué va mal y por qué para así integrar todo de alguna manera y avanzar con solidez, bajo unas premisas y unas conclusiones. La prueba y error es fundamental, pero lo es aún más la prueba y error en cuerpo ajeno: se debe aprender de los demás. Sirvan pues estas letras como ejercicio personal sin más pretensión. Si no estás de acuerdo, lo entiendo.

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1. Educar a un hijo es, en primer lugar, enseñarle a vivir sin ti; en segundo lugar, enseñarle a vivir sin ti feliz. Primero vivir -primum vivere- y luego vivir feliz -deinde philosophari-. Ese es el orden correcto y su alteración lleva a la confusión. Bajo la generalización “vivir sin ti” se esconden hechos concretos, pero básicamente se trata de dotarle de las herramientas necesarias para ser independiente y autónomo.

2. Educar es poner límites y ponerlos claros. Los que sean, pero claros e inamovibles. Mandas tú y se ha de dejar claro en cada oportunidad en la que sea necesario, y son muchas. Los niños tienen que saber que no pueden hacer lo que quieran y han de conocer los límites porque de ese modo sabrán que el territorio entre los límites es el territorio concreto de su libertad y se sentirán cómodos para desarrollarse en él como individuos, con respecto a las capacidades concretas de su cerebro en cada etapa. La ausencia de límites genera un importante caos en la mente de un niño.

3. Educar no es caer bien. Tu hijo te va a admirar en ciertas cosas y en otras no. Le gustarán cosas de ti y otras no, como te pasa a ti con tus padres. Pero, cuando ese niño sea mayor, yo no quiero que me aplauda; me conformaré con que no pueda reprocharme nada o al menos que no pueda reprocharme nada con razón.

4. Una cosa es sobreproteger y otra proteger. Un niño que crece desprotegido será una persona con baja autoestima, se sentirá incapaz de enfrentarse al mundo y a los problemas. Solo desde la protección, un niño puede crecer con seguridad, con autoestima, con una red bajo el alambre. Pero sin pasarse: un niño sobreprotegido será otro incapaz, frustrado, cobarde y dependiente. El término medio es complicado de encontrar, pero hay que buscarlo a diario. Yo estoy en ello, pero siempre me pregunto si el asunto en cuestión es intelectual o afectivo/evolutivo. Si es intelectual hay que proteger menos y obligar al esfuerzo. Si es afectivo/evolutivo, hay que proteger más y dar claves hasta que pueda encontrarlas por sí mismo. Para muestra, un dato: los niños inmigrantes resuelven mejor los problemas cotidianos que los niños nacidos en España. Hasta casi 20 puntos más. Y no creo que los inmigrantes sean diferentes en nada ni seamos una raza inferior (ni superior). Simplemente supongo que se enfrentan a la resolución de problemas cada día con mayor autonomía, que tienen más hermanos y que no tienen a sus padres obsesionados con ellos en exclusiva y que al tener menos recursos, tienen menos caprichos. En definitiva, que cuando un niño se tiene que sacar las “cotidianas” castañas del “cotidiano” fuego, aprende. Estamos hablando de castañas y de fuegos pueriles (programar un aparato de aire acondicionado, escoger la mejor combinación de metro para llegar a otro punto en una ciudad que no se conoce o predecir el comportamiento de un robot de limpieza en una habitación), no a analizar el sentido de la vida, por qué la gente se muere, por qué ellos existen o por qué hay gente triste. En estos últimos temas afectivos, las castañas y los fuegos necesitan de nuestras respuestas.

5. Vamos a ir dejando eso de disfrutar de tu hijo como base de la relación paterno-filial. Estás para educar y para formar una persona con futuro, y si eso te hace disfrutar, genial. Pero tu hijo no es tu mascota ni está para hacerte disfrutar. Tu hijo está porque tú has querido, tú le debes algo a él, no él a ti. Hay que educar en el esfuerzo, pero cuidado, que aquí no sólo importa el esfuerzo del niño. También el nuestro como padres. Al fijarnos en los problemas de la educación, observo que los padres siempre quieren que se reformen los demás (profesores, sistema educativo, políticos, psicólogos, recursos, flexibilidad, horarios, etc.), pero nunca piensan en reformarse ellos mismos. Mientras los niños sean iconos, becerros de oro y –en definitiva- bienes de consumo de sus padres, se les educará solamente para disfrutar, no para producir y para resolver problemas (es decir, para crear; es decir, para vivir). En otras palabras, les estamos estafando y, cuando vengan las consecuencias en forma de estudio en 2030 que diga que hemos creado una generación de inútiles, miraremos al gobierno, a la Iglesia, a los profesores, a la crisis, a la tele, a los americanos y a cualquier lugar menos a nuestro culpable y sacrosanto ombligo. “El infierno son los otros”, decía Sartre.

6. Vamos a ir dejando también la comodidad. La educación poco exigente y placentera no es compatible con la buena educación. Si lo más cómodo es lo más conveniente, genial. Mucho mejor. Pero si no, no. De nuevo, esto vale para los niños, pero sobre todo para los padres. No debemos buscar lo cómodo, sino lo óptimo. Y la medida de lo óptimo te la da la medida de lo posible, no de lo utópico o de lo cómodo. Lo más conveniente no siempre es lo más cómodo.

7. Educar es enseñar a relacionarse. Hay niños más listos que el tuyo, más tontos, más guapos, mejores y peores deportistas, mejores y peores pintores, más y menos ricos, más y menos macarras. Pero eso es la vida. Su pequeño mundo está a escala de la realidad. Por ello cualquier iniciativa para igualar artificialmente y homogenizar no me gusta. “Los uniformes son buenos porque así no se ven diferencias entre los niños”, dicen muchos. “Que todos lleven el mismo almuerzo para que no haya diferencias y no coman unos jamón y otros chóped”. Otra estafa. Les estamos ocultando la realidad y poniendo obstáculos para luego obligarles a saltarlos. Ellos habrían entendido la realidad con total normalidad, pero no, es mejor engañarles unos años y decirles luego que les hemos estafado y que la vida es muy puta. No pongamos obstáculos y entenderán la realidad con normalidad, como lo entendimos nosotros. Eso si no tienen padres frustrados y acomplejados, claro. Pero, en cualquier caso, mientras cambiáis el mundo con una mano, barajad con la otra la posibilidad de que puede que fracasemos en tal empeño y que nada sustancial cambie en los próximos diez años y que nuestros hijos tengan – por lo tanto- que enfrentarse a una sociedad muy similar a esta.

8. Saber manejar la frustración es fundamental o criaremos seres infelices y amargados, eternamente insatisfechos y –por lo tanto- tendentes a la búsqueda de la felicidad a través de conductas peligrosas. Es fundamental que pierdan, que lo intenten y fracasen, que no tengan todo lo que quieren y decir NO. Esto incluye, sobre todo en el caso de las niñas y de las madres, un celo extremo en los asuntos de belleza, de culto al cuerpo, de moda, etc. o tendremos legiones de cadáveres de anoréxicas. No es un juego, es algo serio. No vas a ser una modelo ni falta que hace. Se come bien por salud, no por estética. Al que no le gustes, que no te mire. Ya aprenderás con 15 a escribir los versos más tristes esta noche en honor de Luismi mientras nos cenamos unas perdices escabechadas.

9. Por último, que me estoy alargando. Tres palabras: generosidad, compasión y empatía. Los niños no tienen el cerebro preparado “in natura” para estos tres conceptos, pero sin ellos no irán a ninguna parte. No pueden ir por el mundo como pistoleros. Tener un corazón preparado para ser feliz, para ayudar, para no hundir ni humillar y para ser buen amigo se trabaja desde pequeños. Con el ejemplo, hablando, explicando y valorando positivamente actitudes de ese tipo y negativamente las contrarias. Lo más importante es ser buena gente. Sin eso, nada de lo anterior tiene sentido. Sin empatía hay psicópatas y narcisistas y corremos el riesgo de verlos sentados el día menos pensado en el banquillo, en el diván o peor aún: en el Consejo de Ministros. Y eso sí que no. Por ahí no paso.

© Magnífico Margarito es escritor, bloguero y padre

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