“No esperaba enfrentarme a los antivacunas. Cada dos minutos muere una mujer de cáncer de cuello uterino”
El trabajo de la investigadora colombiana, que la llevó al borde del Nobel, fue clave para saber que la infección por el virus del papiloma es causa del cáncer de cuello uterino y poder concebir una vacuna
POR DESCARTE. Así llegó Nubia Muñoz (Cali, Colombia, 1940) a la investigación científica. Fue la primera de su familia en ir a la universidad, pero se negó a seguir el guion que en aquella época dictaba que las chicas que cursaban estudios superiores debían ser maestras. Ella estudiaría medicina. “Había un proceso de selección muy duro para ingresar en mi universidad, pero me presenté y salí”. Por entonces, el mejor de la clase no pagaba matrícula, y el segundo, tan solo la mitad. En el primer curso, un chico rico sacó las mejores notas. Ella se tuvo que conformar con el segundo puesto. Pero se propuso batir a su compañero para aliviar a su familia de la carga económica y desde entonces fue la primera. “El chico al que desbanqué no se lo creía y pedía a los profesores que le enseñaran mis calificaciones. En mi clase solo éramos cuatro mujeres”, recuerda divertida. A Muñoz le gustó la carrera y, al terminarla, su intención era ejercer, pero de nuevo las circunstancias exigieron un cambio de guion. “Disfrutaba mucho del trato con los pacientes. Me gustaba el ejercicio de realizar un diagnóstico, pero siempre me hacía amiga de mis pacientes y era muy duro. Cuando se me morían me deprimía, así que me dije: ‘Si te dedicas a la medicina clínica, vas a estar sufriendo toda la vida, así que mejor pasar a la investigación”.
Fue, reconoce hoy en la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) de Lyon, donde trabajó durante tres décadas, una decisión totalmente acertada. “Prácticamente el 99% de los investigadores pueden pasarse una vida entera sin ver los frutos de su trabajo. Pero no ha sido mi caso y me siento superprivilegiada”. Los estudios de Muñoz han sido determinantes para establecer que la infección por el virus del papiloma humano (VPH) es la “causa principal y necesaria” del cáncer de cuello de útero y, por tanto, esenciales para que las compañías farmacéuticas pudieran desarrollar unas vacunas que previenen el 70% de estos cánceres, patología que afecta en el 80% de sus casos a mujeres en países en vías de desarrollo. Su trabajo ha sido distinguido con un sinfín de galardones: el Premio Richard Doll de la Asociación Internacional de Epidemiología (2008), el Brupbacher a la Investigación en Cáncer (2009), el Gairdner en Salud Mundial (2009), la Legión de Honor francesa (2010), la Cruz de Boyacá (2011) —la máxima distinción que concede el Gobierno colombiano— y, el año pasado, el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de cooperación al desarrollo. En 2008 fue nominada al Premio Nobel de Medicina. “La Asociación Internacional de Epidemiología nos postuló a mí y al investigador alemán Harald zur Hausen. Finalmente yo me quedé fuera porque decidieron premiar juntas dos categorías que no tienen nada que ver, el virus del papiloma y el virus del sida, y en el Nobel no puede haber más de tres ganadores por categoría, así que se lo llevaron él y dos franceses por sus avances en el sida”, resume, antes de aclarar que no vivió el episodio con amargura. “Me postularon y para mí eso fue suficiente. Fue fantástico para Colombia y para las mujeres. En ciencia se tiende a individualizar, pero los logros son colectivos. Tienes que tener la colaboración de un gran equipo para obtener resultados”.
Además, reivindica que no quiere verse reducida a “la investigadora del virus del papiloma humano”. En su larga trayectoria ha dedicado esfuerzo al cáncer de cuello uterino, pero también al de hígado y al de estómago. “Precisamente porque tenían una incidencia mayor en países pobres. Yo me hice patóloga porque quería ayudar a la gente”. Y señala que sus investigaciones también fueron clave para entender el papel de los virus de la hepatitis B y C en el cáncer hepático. “En África, a mediados de los ochenta, realizamos el primer ensayo para determinar si la inmunización de recién nacidos con la vacuna de hepatitis B podía prevenir 30 o 40 años más tarde el cáncer de hígado y es un ensayo que prosigue en Gambia. Vacunamos a unos 100.000 niños y otros 100.000 no vacunados fueron grupo de control. Ahora ya se cosechan los frutos”.
Muñoz dejó en 2001 su puesto en la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer. Pero, subraya, “un investigador no termina nunca”. Por eso no le costó jubilarse. “Desde entonces sigo activa, trabajo en casa y hago lo que me apetece. Nunca consideré que lo mío fuera un trabajo: me molestaba la lentitud administrativa, pero realmente investigar era un placer”. Su jubilación le permite viajar dos o tres veces al año a Colombia —“para huir del frío”—, pasar más tiempo en su casa al borde del Mediterráneo, ejercer como profesora emérita del Instituto de Cancerología de Bogotá, impartir conferencias o seguir colaborando con Xavier Bosch, antiguo compañero en Lyon y hoy miembro del Instituto Catalán de Oncología (ICO).
La vacuna del virus del papiloma humano llegó al mercado en 2006. Ese fue uno de los días más emocionantes de su carrera. “Otro muy importante para mí fue cuando al fin se introdujo en Colombia”, precisa. En 2012, el ministro de Sanidad Alejandro Gaviria anunció la decisión de incluir la vacuna del VPH en el programa nacional de inmunizaciones y fue el propio presidente, Juan Manuel Santos, quien llamó a Muñoz para invitarla a participar en la campaña de lanzamiento. “Pero en 2014, en una escuela de un pueblo del interior, 15 niñas se desmayaron, sufrieron convulsiones, dolor de cabeza, manifestaron problemas para respirar y se acabó corriendo la voz de que debía de ser por ‘la vacuna del papiloma’. Luego se demostró que no era así, pero el daño estaba hecho y la conclusión es que, aunque el programa sigue, la cobertura bajó del 85% al 17%”, lamenta. Estaba preparada para asumir que, al ser una vacuna cara, los países pobres no pudieran pagarla, asegura, pero jamás pensó que tendría que enfrentarse a los antivacunas. “Ha sido una sorpresa total. Mi carrera me ha dado mucha satisfacción, pero ahora debemos lograr que la vacuna se utilice como se debe utilizar. Cada dos minutos muere una mujer en el mundo a causa del cáncer de cuello uterino. Me entristece ver que la ignorancia está privando a muchas de ellas de aprovechar esta oportunidad”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.