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Columna
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Valle-Inclán y la marihuana

Manuel Rivas

Fernanda de la Figuera, de 76 años, está a un paso de la prisión por cultivar cannabis para uso terapéutico. Que se pare el martillo de brujas

RAMÓN MARÍA del Valle-Inclán podría haber dicho, con toda justicia, aquella ironía de Mark Twain: “Me molestan los elogios porque siempre se quedan cortos”. En su madurez, en vida, lo trataban de “inmortal”. Pero cuando le cerraron el paso a la Real Academia Española, él bromeaba a cuenta de semejante retórica. Poca cosa vale mi “inmortalidad”, venía a decir, ante la “perpetuidad” del señor Cotarelo, secretario de la Academia. El secretario había afirmado en público que el autor de Luces de bohemia nunca jamás sería académico. ¿Y qué podía hacer el simplemente inmortal Valle-Inclán ante el perpetuo Cotarelo? Cosas que pasan: el secretario perpetuo Cotarelo falleció en Madrid el 27 de enero de 1936, tres semanas después del entierro de Valle-Inclán en Boisaca, Santiago, un día de tormenta en que se cayeron las vigas del cielo.

No sé si algo tendría que ver Cotarelo, que era secretario perpetuo desde 1913, para que en 1932 la Academia declarase desierto el Premio Fastenrath, al que podían concurrir las obras presentadas entre 1927 y 1931. Ese año se presentó Valle-Inclán con dos obras maestras: Tirano Banderas y La corte de los milagros. Creado por una donación del publicista e hispanista alemán Johannes Fastenrath, el premio estaba concebido para apoyar a escritores “de mérito” que necesitasen ayuda económica. Y ese era el caso clarísimo de Valle-Inclán. Pero ni Tirano Banderas ni La corte de los milagros, ciertamente inmortales, merecieron el premio para los cráneos privilegiados del jurado. Hubo escándalo, pero no indescriptible.

Con Valle-Inclán, sí, se quedaban cortas las típicas loas. Porque el principal trazo de su personalidad, con todas las metamorfosis políticas que tuvo, era también el de ese pulso que mantenía en vilo las palabras. La libertad. Era un ser libre, heterodoxo incluso en sus momentos de ortodoxia, que liberaba el cuerpo del lenguaje. Y hay quienes llevan mal que otros sean verdaderamente libres, incluso gente de empacho liberal. Así que fue muy elogiado, pero también muy atacado.

Hubo un mote que sus críticos repetían para hundir su reputación. El de “marihuano”. A México viajó cuando era un joven desconocido. Y volvió en 1921 como invitado de honor en la celebración del centenario de la independencia mexicana. A la legación española no le gustaron nada las declaraciones del creador del Marqués de Bradomín. El embajador se apresuró a enviar un informe sobre la “conducta antipatriótica del señor Valle-Inclán”. Por supuesto, había más sentido patriótico en las palabras libres y críticas del escritor que en el peloteo plenipotenciario del chivato. Pero la prensa conservadora de la época aprovechó la ocasión para quemar en efigie al autor de Divinas palabras. Era un “degenerado”. Un “mal español”. Y, para más inri, “un marihuano”. Embestidas que se acentuaron con la dictadura de Primo de Rivera.

La intención al calificarlo como “marihuano” era la peor, pero no dejaba de ser un bumerán para el vejaminista. Valle-Inclán fue un pionero como escritor al hablar con naturalidad de su relación con la marihuana, el cáñamo índico y familia. Una prueba valiente, sin aspavientos, de su libertad. Antes de los versos de La pipa de kif, de 1919, un libro tan excepcional como orillado en las historias de la poesía hispana, hay una referencia explícita en otra obra imprescindible, La lámpara maravillosa, de 1916. Es el recuerdo de un viaje por la comarca natal del Salnés: “Había fumado bajo unas sombras gratas mi pipa de cáñamo índico. (…) Con una alegría coordinada y profunda, me sentí enlazado con la sombra del árbol, con el vuelo del pájaro, con la peña del monte. La Tierra del Salnés estaba toda en mi conciencia por la gracia de la visión gozosa y teologal”.

¡Gozosa y teologal! La marihuana formaba parte del herbolario médico, como paliativo frente al dolor, hasta que se convirtió en hierba prohibida, “satánica”, por la tristemente famosa bula El martillo de las brujas, de Inocencio VIII, que tanto dolor causó durante siglos. Y me he acordado de Valle-Inclán y de Inocencio VIII por la nueva negativa de la Agencia Española de Medicamentos a la “legalización medicinal” del cannabis. Y por otra increíble noticia: el procesamiento de Fernanda de la Figuera, de 76 años, activista de Málaga, a un paso de la prisión por cultivar cannabis para uso terapéutico. Que se pare el martillo de brujas, por favor. 

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