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Columna
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Principios

Vemos a Rivera como si hubiera sido siempre de centro-derecha, sin que nadie explique a los votantes por qué dejó de ser de centro-izquierda

Jorge M. Reverte
Albert Rivera celebra, junto a su equipo, los resultados de las elecciones generales en la sede de su partido en Madrid.
Albert Rivera celebra, junto a su equipo, los resultados de las elecciones generales en la sede de su partido en Madrid.Daniel Gonzalez (GTRES)

El mejor de los marxistas era Groucho. Eso ya no lo discuten más que los miembros de la dirigencia cubana, y cuando hablan en público, porque en privado se ríen mientras mastican sus enormes habanos, que los cubanos del montón tienen vedados por el mejor de los sistemas que ha inventado el capitalismo: los precios.

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Groucho Marx popularizó una idea genial: si unos principios no valen para conseguir determinados objetivos, se cambian los principios y ya está (“si no le gustan, tengo otros”, decía en Los hermanos Marx en el Oeste). La idea resultó ser tan buena que hoy la llegan a poner en práctica dirigentes políticos sin saberlo, sin conocer al autor de la frase ni, al menos en apariencia, nada sobre él. Eso sí, conocen de sobra la utilidad de una actitud así.

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Como es lógico, han sido los partidos de derechas los que han demostrado una ignorancia mayor sobre a quién se le debe reconocer el mérito del inventor del procedimiento. Es lógico porque tanto Pablo Casado como Albert Rivera han debido de ser educados en el rechazo feroz al marxismo, aunque fuera el de la otra clase. Porque, si no, no se explica ni la coincidencia en sus comportamientos ni la escasa finura con que ambos han seguido a Groucho.

Empezó Albert Rivera, quien de un día para otro y sin mediar acción, que se sepa, de poderes externos, eliminó todo resto de socialdemocracia de la exposición pública de su ideario político. A continuación, se decidió a captar a los antiguos votantes de la derecha con un discurso enrabietado en el tono para emboscar el uso sistemático de mentiras, como la del pacto PSOE-Bildu. Y ahora le vemos a Rivera como si hubiera sido siempre de centro-derecha, sin que nadie nos explique a los votantes por qué dejó de ser de centro-izquierda.

A la derecha hay un colectivo que todavía se pellizca los brazos para despertar de un sueño absurdo según el que hay un partido de centro-derecha en España, y no tres derechas como decían algunos malintencionados. Como las elecciones le han ido mal al PP, Pablo Casado ha decidido cambiar los principios y, desde ahora y hasta que haya que cambiarlos de nuevo, el partido de Aznar se va al centro.

Y Abascal estaba tan tranquilo en la extrema derecha, sin darse cuenta de que Albert Rivera ha visto ya que ahí se junta algo más del 10% del electorado. Le falta cultura marxista.

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