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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ambición China

Pekín quiere modificar las hegemonías de la economía global presentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial

El presidente chino, Xi Jingping,durante su participación en la segunda edición del foro de la ruta de la seda,
El presidente chino, Xi Jingping,durante su participación en la segunda edición del foro de la ruta de la seda,Mark Schiefelbein (AP)

Las autoridades chinas han vuelto a escenificar este fin de semana su capacidad y voluntad para influir en la economía mundial. La segunda edición del Foro de la Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative), con la presencia del secretario general de la ONU y de la directora gerente del FMI, junto a 37 jefes de Estado y de Gobierno, da cuenta del alcance que se pretendía para esa iniciativa. Lanzada en 2013, trata de constituir una plataforma a través de la cual el país pueda fortalecer vínculos económicos con otros Estados, incluidos algunos europeos. En realidad, el enunciado se asienta en la pretensión por vincular China a Europa, África y Asia mediante la inversión en ambiciosos proyectos de infraestructuras —carreteras, puertos, ferrocarriles—, fundamentalmente en economías hoy menos desarrolladas. Los acuerdos suscritos hasta ahora en torno a esa iniciativa superan los 64.000 millones de dólares.

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Bajo esos enunciados de cooperación internacional y de fortalecimiento de la conectividad necesaria para avanzar en los intercambios y en el desarrollo global, no es difícil deducir la pretensión del Gobierno chino por asentar su liderazgo, modificando las hegemonías que hasta la pasada crisis han estado presentes en la economía global desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

China tiene capacidad económica para hacerlo. Es la segunda economía más grande y puede exhibir credenciales del mayor impulso al desarrollo jamás experimentado por una economía. También puede poner de manifiesto la mayor capacidad de financiación disponible por un país. Décadas creciendo a ritmos del 10%, sorteando todo tipo de perturbaciones en la economía y en los mercados financieros internacionales, incluida la última crisis. Esta ha contribuido a reducir su ritmo expansivo, pero manteniendo tasas anuales de crecimiento del PIB en el entorno del 7% y ascensos en la reducción de la pobreza y en el aumento de la renta por habitante. Todo, desafiando las tradicionales presunciones de incompatibilidad entre la economía de mercado y la ausencia de democracia.

Los daños ocasionados por las recientes tensiones comerciales y tecnológicas con EE UU pueden ser asimilados, si, como parece probable, se alcanza un acuerdo que normalizaría las relaciones entre ambas naciones. Si así fuera, ese país podría concretar al menos parte de esas ambiciones por alterar las hegemonías dominantes en la escena global, ya no solo económicas, sino también militares. La intensidad de la inversión en tecnología, en especial en la creciente digitalización, así lo anticipa.

Es una realidad que la Unión Europea debería tener muy presente de manera especial, dada la cercanía de alguno de sus países a esa órbita gravitatoria del poder económico mundial.

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