_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El idioma de las cosas

Existe un lenguaje universal que estudiamos en el colegio, pero de forma tan superficial y poco útil que lo olvidamos antes de aprenderlo

Instalación de una tabla periódica en la Facultad de Química de la Universidad de Murcia.
Instalación de una tabla periódica en la Facultad de Química de la Universidad de Murcia.UMU

Hasta hace poco, las sustancias químicas tenían nombres extraños y símbolos mágicos que servían para ocultar cómo se habían obtenido. Cada alquimista tenía su propio código secreto que solo conocía un reducido grupo de iniciados. Este esfuerzo por restringir el acceso al conocimiento retrasó el nacimiento de la química con respecto a otras ciencias. Conscientes de este problema, un grupo de científicos franceses crearon el primer método de nomenclatura química un par de décadas después de la publicación de la Enciclopedia y apenas unos años antes de que la Revolución Francesa acabara con la vida de uno de ellos. Gracias a su trabajo hoy tenemos reglas sencillas con las que nombrar todas las sustancias. Reglas que se basan en su composición química y no en nombres misteriosos que ocultan su origen.

Pero crear el idioma de las cosas no ha sido una empresa sencilla. En esta tarea han trabajado algunos de los mejores químicos de todos los tiempos, conocedores de la necesidad de un lenguaje común para intercambiar información y para hacer posible el nacimiento de una nueva ciencia. También la industria química, que estaba en pleno proceso de expansión a finales del siglo XIX, no podía seguir comprando y vendiendo productos con nombres que no eran aceptados por todo el mundo. Los padres de la química eran plenamente conscientes de este problema. Por ejemplo, el famoso químico alemán, August Kekulé, se quejaba amargamente, ya en 1861, de que para representar un solo compuesto, más concretamente el ácido presente en el vinagre, existían al menos diecinueve formas distintas. Y aunque los nombres tradicionales, como el ácido acético al que me refería antes, siguen siendo utilizados, hoy tenemos un sistema sencillo para nombrarlo todo, desde las medicinas que nos curan a los materiales que nos hacen la vida más fácil. No es éste un logro menor. De hecho, la nomenclatura química es probablemente uno de los grandes éxitos de la ciencia del siglo XX. Gracias a ella, fabricantes, investigadores y educadores pueden comunicarse sin confusión ni ambigüedad. Un logro que ha requerido de grandes acuerdos entre personas y organizaciones que, en muchas ocasiones, estaban en lados distintos de la historia. Hubo que esperar a que acabara la Primera Guerra Mundial para que un grupo de científicos, al que pronto se sumarían algunos españoles, fundaran la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC por sus siglas en inglés). Esta institución es la encargada, cual Real Academia de la Química, de fijar, limpiar y dar esplendor a la lengua con la que nombramos y representamos todas las sustancias.

Los 118 elementos de la tabla periódica son las letras del abecedario químico con las que formamos palabras, palabras que son moléculas con las que escribimos las frases que describen las acciones y las transformaciones de las cosas en forma de reacciones químicas

Entre esos españoles es justo recordar algunos nombres notables como el de Enrique Moles quien, gracias a las ayudas que recibió de la Junta de Ampliación de Estudios, pudo formarse en el extranjero y contribuir notablemente al avance de la química de principios del siglo XX, llegando a ser vicepresidente de la IUPAC. Cuando en España la esperanza de vida era apenas de 40 años y la mitad de la población era analfabeta, Enrique Moles, y antes que él otros grandes químicos españoles como Laureano Calderón Arana, Enrique Hauser, José Casares Gil y José Rodriguez Mourelo trabajaron para hacer posible la nomenclatura química que hoy se utiliza en todo el mundo. Sus historias personales son un testimonio del destello intenso pero efímero que supuso la edad de plata de la ciencia española. Una edad de plata que, a diferencia de las artes y las letras, nunca tuvo un siglo de oro.

En 2019 celebramos el centenario de la fundación de la IUPAC y por eso, este año se están organizando un sinfín de actividades en todo el mundo para dar a conocer cómo esta organización internacional contribuye a promover la ciencia y el desarrollo de la enseñanza, la investigación y la industria químicas. Entre las actividades que lleva a cabo la IUPAC, quizás la más conocida sea la de verificar, aprobar y dar nombre y símbolo a los nuevos elementos químicos que son las letras de este idioma con el que damos nombre a todas las cosas. Precisamente este año coinciden los cien años de historia de la IUPAC con el Año Internacional de la Tabla Periódica. En nuestro país se han organizado numerosas actividades, conferencias y concursos para celebrar este acontecimiento. Y es que España ha tenido un papel destacado en el desarrollo de la Tabla Periódica con el descubrimiento de los elementos químicos platino, wolframio y vanadio que llevaron a cabo los españoles Antonio de Ulloa, los hermanos D´Elhuyar y Andrés Manuel del Río. Un hecho que ha sido reconocido recientemente con la emisión de un sello que celebra las tres letras españolas con las que escribimos en el idioma de las cosas.

Sello conmemorativo del Año Internacional de la Tabla Periódica.
Sello conmemorativo del Año Internacional de la Tabla Periódica.

Cabe preguntarse qué sentido tiene en pleno siglo XXI seguir trabajando en nomenclatura química cuando ya disponemos de reglas claras y globalmente aceptadas para nombrar cualquier cosa. En realidad es bastante sencillo. En la actualidad tenemos nuevos retos a los que debemos dar respuesta. Por ejemplo, desde la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada estamos trabajando en un nuevo idioma para que las máquinas puedan nombrar y comunicar cualquier sustancia, lo que requiere unas reglas y programación específicas. Este enorme proyecto tiene como objetivo facilitar el uso de la inteligencia artificial en la ciencia de materiales, la biología, la farmacia y en general cualquier disciplina que trabaje con sustancias químicas. Es difícil imaginar los descubrimientos que podremos realizar cuando las máquinas puedan analizar y encontrar patrones en la ingente cantidad de información que se publica cada año y que resulta imposible procesar de otra manera.

Cien años después de la fundación de la IUPAC, y a pesar de las dos guerras mundiales, las tensiones de la guerra fría y de no pocas dosis de nacionalismo, hoy disponemos de un idioma universal y capaz de nombrar todas las cosas, por complejas que éstas sean. Gracias a que hablamos en un idioma común avanza la investigación científica, es posible el comercio de todo tipo de sustancias y la enseñanza de la química resulta más clara y sencilla. Pero la IUPAC hace mucho más que dar nombre a las cosas. Esta organización es sobre todo un foro internacional donde se discute y acuerda la mejor manera de solucionar los grandes problemas a los que nos enfrentamos, desde cambio climático a la escasez de recursos. Todos los años la IUPAC publica cientos de datos científicos, desde constantes termodinámicas a métodos de análisis, que son fundamentales para que basemos nuestras decisiones en evidencias y no en prejuicios, miedos o tradiciones. Las Uniones Científicas Internacionales son ahora más importantes que nunca. En ellas trabajan expertos de todo el mundo para enfrentar las grandes amenazas a las que nos enfrentamos con esfuerzo, diálogo y razón.

Cuando Dios quiso evitar que los humanos siguieran construyendo una torre con la que llegar al cielo, los confundió creando un sinfín de lenguas para que no se entendieran. Ha hecho falta mucho tiempo y no poco esfuerzo para crear un idioma preciso y universal con el que nombrar y representar todas las cosas. Gracias a él podemos seguir avanzando, con trabajo e inteligencia, en la construcción de las soluciones a los grandes problemas de nuestro tiempo. El siglo XXI nos ha traído avances científicos que eran impensables hace solo unos años. Pero también nuevos retos. Uno de los más extendidos y preocupantes es el uso tecnología para fabricar noticias falsas con la que manipularnos con gran eficacia. Por eso las Uniones Científicas Internacionales como la IUPAC son tan importantes. Su trabajo nos ayuda a combatir la mentira con evidencias y a hablar en un idioma común para resolver los grandes problemas que compartimos y que no conocen fronteras.

Javier García Martínez es catedrático de Química Inorgánica en la Universidad de Alicante

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_