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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Comprando un coche nuevo no salvarás el mundo (tampoco uno eléctrico)

La autora piensa que la solución óptima sería la reducción hasta la mínima expresión del uso privado del automóvil

Carretera de California.
Carretera de California.PIXABAY
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El transporte rodado es la principal fuente de contaminación en las ciudades, un problema que causa graves enfermedades crónicas y miles de muertes prematuras, y que afecta especialmente a colectivos vulnerables como la infancia.

Por si fuera poco, este mismo sector es el que mayores emisiones de gases de efecto invernadero libera a la atmósfera: es el responsable del 26% en España.

La necesidad de actuar frente a este problema es imperiosa, pero a la vez conlleva decisiones políticas complejas y valientes que casi siempre se evitan. La solución óptima sería la reducción hasta la mínima expresión del uso privado del coche, pero cualquier intento se ha visto y se verá con la gran barrera que construye la industria del automóvil en contra de un cambio de estas características.

La última acción ante lo que se pueda producir es una campaña de la patronal del automóvil que defiende que es mejor en coche nuevo. Mejor para sus beneficios económicos, desde luego, pero nefasto para el interés general. Los coches nuevos no enfrían el planeta, y rara vez lograrán una mínima mejoría en la calidad del aire.

Empecemos por la calidad del aire. La semana pasada imputaron a Martin Winterkorn, el que fuera CEO de Volkswagen en 2015, por la estafa de las emisiones contaminantes de sus vehículos. Aunque la historia de Volkswagen ha sido la que más ha trascendido, la marca no es la única que oculta sus emisiones. La mayoría de los coches más nuevos que circulan en las ciudades europeas expulsan por su tubo de escape emisiones hasta 18 veces por encima de los niveles permitidos por los estándares de emisiones Euro. Aunque en los coches diésel más modernos, los Euro 6, hay algunas mejorías, contaminan mucho más de lo que prometieron.

Es cierto que ha habido mejoras en la eficiencia de los vehículos, pero las emisiones medias de los coches no hacen sino aumentar

El mantra mil veces repetido por los fabricantes de que la renovación de la flota ayudará a paliar los problemas de contaminación atmosférica no se cumple. El Ayuntamiento de Edimburgo encargó un modelo que mostraba qué pasaría si solo los vehículos más modernos, con bajas emisiones (los que en España llevan etiqueta C), entraran en la ciudad. Observaron que, aún así, habría puntos en los que la concentración de contaminantes estaría por encima de lo permitido. El modelo determinó que era necesario reducir el número de vehículos.

En el caso de las emisiones de CO2 el caso es aún peor. Es cierto que ha habido mejoras en la eficiencia de los vehículos, pero las emisiones medias de los coches no hacen sino aumentar. En el año 2018 la media de emisiones de los vehículos matriculados en España fue de 119 gramos CO2 por kilómetro, dos gramos por encima del año anterior. Según el ICCT, la entidad que destapó el Dieselgate, el aumento de emisiones se debe al aumento del peso de los vehículos (y no a un aumento de ventas los vehículos gasolina, como afirman los fabricantes).

Los coches son cada vez más pesados, y además se está generalizando la compra de los SUV o todocamino, coches mucho más pesados y con mayor consumo que una berlina convencional. La presencia de estos vehículos ha aumentado en un 700% en los últimos años en la UE, según la estadística anual del ICCT, lo que contribuye al aumento de las emisiones que calientan el planeta.

A esto hay que añadir que la propia fabricación de los vehículos conlleva emisiones de CO2. De hecho, según un estudio de la organización Transport & Environment, la vida media ideal de un vehículo, para optimizar las emisiones, debería estar entre los 15 y los 20 años. La de la flota española es de 12 años, no tan vieja como dice la industria.

Rechazadas estas posibilidades, la industria empieza a sacar el as que guarda celosamente en la manga: el vehículo eléctrico. Es cierto que este elimina la mayor parte las emisiones contaminantes en las ciudades. También lo es que sus emisiones de gases de efecto invernadero en el ciclo de vida son menores que en el caso de los vehículos de combustión. Pero no nos dejemos engañar, tampoco son ninguna panacea.

Los coches eléctricos siguen necesitando energía y recursos (entre ellos minerales muy escasos). Podrán moverse mediante energías renovables, pero no parece fácil abastecer al mundo exclusivamente con ellas y mover además todos los coches que tenemos mediante estas energías.

Los vehículos eléctricos no solucionarán problemas como la congestión en las ciudades, la ocupación de espacio público ni reducirán las infraestructuras costosísimas que necesitan para moverse.

Salvar el planeta, o más bien mantener las condiciones extraordinarias en las que vivimos en la actualidad, requiere de un cambio profundo en el sistema que en el sector del transporte debe pasar por una disminución paulatina de los vehículos privados.

Dicho esto, nos queda plantear cómo reconvertir la industria del automóvil, qué estrategia seguir para no perder esos miles de empleos que sostiene. Pero hay alejarse del ingenuo planteamiento de que un coche nuevo salvará el planeta.

Nuria Blázquez es responsable de Transporte de Ecologistas en Acción.

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