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Columna
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Llorar las piedras

Si toda pérdida nos transforma, ¿qué se pierde y transforma en la caída de Notre Dame?

Máriam Martínez-Bascuñán

Es tan antiguo como nuestra imagen de la historia: Agustín llorando a Roma desde África; Eneas sollozando por Troya. Virgilio nos descubre las lágrimas que habitan en las cosas. Porque hay algo que une lágrima y piedra, un nexo que arraiga en todas las civilizaciones: apenas una forma y una atalaya desde donde mirar. Hay algo religioso en la idea misma de civilización, nos dice Mary Beard, su carácter de relato interpretando el mundo, nuestro origen, nuestro destino. Y son esas claves las que proyectamos en las cosas, en los túmulos y panteones, en los monumentos donde dejamos las huellas de nuestro imaginario. Alicia en el país de las maravillas mora también entre las gárgolas de Notre Dame.

Quizás por eso una de las imágenes de nuestro tiempo es la caída llameante de las Torres Gemelas, el momento en que, en palabras de Judith Butler, quedó expuesta nuestra “insoportable vulnerabilidad”. La destrucción de un edificio es siempre evocadora, pues es a la vez material (lloramos cosas), pero también espiritual (perdemos su significado). Y Notre Dame no es un símbolo aislado: contiene la vocación universal de lo francés, la identidad que ha proyectado lo europeo expandiéndolo más allá de una realidad territorialmente confinada. Encarna la ambición y la soberbia de la cultura europea, su descaro civilizador, su afán aventurero. Algo que también está en crisis.

La piedra es espejo: refleja nuestros anhelos, nuestros logros. Mientras permanece, es humanidad que queda, incluso palabra que queda. Por eso cuando cae nos tambaleamos. Pero Notre Dame es un espejo sofisticado: la máxima expresión de la modernidad de Hugo y Napoleón, y también tradición, religión, aspiración celeste. Es resistencia (el tañir de sus campanas en la liberación de París), el réquiem por De Gaulle y Mitterrand. Es pasado, pero también futuro. Notre Dame es contemplar online el caer de piedras centenarias, la tecnología necrotizando morbosamente el instante de lo eterno que cae. Es, también, entretenimiento mainstream: el coloso en llamas salvado por los héroes, el público amplificando la tragedia. El momento en que lo viral, lo virtual, lo extenso acaba con su carga de profundidad.

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Si toda pérdida nos transforma, ¿qué se pierde y transforma en la caída de Notre Dame? Quizá sea el concepto mismo de ruina, la “insoportable vulnerabilidad” de los escombros en la luminosa Île de la Cité. El viajero encontraba antaño ciudades perdidas a las que llorar y dedicar versos cincelados con paciencia. Hoy, los turistas retransmitimos en Instagram cómo arde una catedral, consolándonos con el anuncio de su rápida reconstrucción. Tan fugaz como el efecto de un retuit.

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