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Vía crucis sexual y voluntario

Cuando se busca dolor en la cama

Pixabay

Creemos que el dolor y el placer son antagónicos y no es cierto. Lo contrario del placer no es el dolor, sino la insensibilidad.

Al poco tiempo de empezar con el título de ser “la del sexo”, me entró una mujer por los privados de una red social. Según ella, le gustaba mucho el programa que dirijo en cadena SER y le apetecía contarme su experiencia sexual, más allá de todos los convencionalismos. Yo, encantada. Imaginen. Apenas has iniciado el proceso de aprendizaje y se te aparece alguien dispuesto a contarte su más absoluta intimidad con una sexualidad, como ella misma definió, “nada convencional”. Me relamí solo de pensarlo. La mujer me relató toda una ceremonia con tres hombres que, según me dijo, querían experimentar con ella. Decidieron entre los cuatro que ella se dejara atar en el somier de una cama con las manos y las piernas abiertas, cual cruz de San Andrés, pero ficticia. Según contó, le vendaron los ojos, introdujeron una bola de caucho en su boca para que no pudiera gritar e introdujeron un enorme cirio pascual en su vagina. El juego consistía, como podrán imaginar, en dejar que se consumiera la vela apurando el tiempo que ella pudiera aguantar el calor del fuego. Con el consiguiente riesgo de que ardiera el vello del pubis.

A mí se me nubló la vista solo de pensarlo.

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Durante semanas, aquella mujer y yo intercambiamos muchos mensajes. Yo no dejaba de preguntarle que cómo y sobre todo por qué. Porque lo que más cuesta de entender cuando no te atrae el sadomasoquismo, es por qué alguien elige esa sexualidad para ponerse a mil.

Pues porque sí. Ni tara ni retorcimiento. Ni siquiera originalidad. Si en vez de ser una mujer que se excitara por la desesperación de que pudiera quemársele su vulva, fuera una mujer a la que estaban practicando sexo oral aquellos señores, los nervios que llevarían el mensaje hasta el cerebro serían los mismos que los de las quemaduras. Lo que ocurre es que en el cerebro no se activan las mismas áreas cerebrales.

Pocas personas cuentan este episodio mejor que Pere Estupinya en su celebérrimo libro S-EX2. “Ínsula, tálamo, zonas específicas de la corteza cerebral o niveles transmisores responden de forma diferente en función de la información sensorial que les llegue, pero también de cómo interpretemos el estímulo. Es fascinante. Ese mismo arañazo puede generar dolor si es fortuito e inesperado, o placer si tiene lugar en pleno acto amoroso.” Que lo que duele provoque placer tiene truco. Consiste en erotizar el dolor. Que sepamos que ese dolor ha sido proferido por gusto, en una situación de excitación y con una persona en la que confiamos plenamente. Descarten, por favor, que los sadomasoquistas tengan más resistencia al dolor. La sensibilidad es exactamente la misma. Y tampoco nos habituamos a un dolor por mucho que lo suframos. Nos acostumbramos a que esté presente. A que, incluso, aparezca todos los días. Nos habituamos a sentirlo. Pero ni mucho menos perdemos la sensibilidad de padecerlo. “El placer sexual incrementa la dopamina, que a su vez induce la liberación de opioides generando un efecto analgésico que induce al alivio y aumenta el umbral de dolor.”

No es lo mismo que tres desconocidos te rapten, te aten a una cama y experimenten contigo a que tres maromos de tu gusto jueguen contigo a hacerte daño. Por mucho que en ambos casos vayas a sentir dolor. Los tres desconocidos te joden la vida, tus tres amigos pueden ponerte en órbita. Estupinyà señala en su libro junto a Siri Leknes, estudiosa absoluta de la relación entre el dolor y el placer, cómo al compartir el mismo circuito de nervios que el placer, el dolor puede activar partes del sistema dopaminérgico (neurotransmisor relacionado con el ansia y la motivación) y aumentar el deseo sexual. No aumentaría en sí el placer, según los investigadores, pero justifica que estimulaciones dolorosas controladas tuvieran un efecto excitante. “En experimentos con ratas, las que recibían pinchazos buscaban más rápidamente aparearse”.

Esto es un no parar.

Lo de que las sesiones de sado no surgen por ciencia infusa es cierto. Antes de ponerse a hacer experimentos y, puesto que se pueden hacer muchos, recomiendo encarecidamente informarse, aprender, entender y saber cómo introducir el dolor en nuestra cama. Son muchas las asociaciones que hacen una gran labor al respecto, siendo Golfxs con principios y BDSMK dos de las mejores. Porque la persona dominada es la que pone los límites, la que diseña el espectáculo y la que determina hasta dónde se puede llegar. Ya saben, desde la palabra de seguridad si quieren darle a todo esto una pátina mucho más sofisticada, hasta la absoluta seguridad de que se está perfectamente protegida o protegido por el que ejerce de dominante. Cuál sería mi sorpresa cuando asistí a una de estas reuniones y, al comentar el episodio de la mujer a la que ataban a la cama para desesperarla ante el riesgo de quemarla, la mayoría de los presentes soltaron una carcajada. Desde hace años, cada vez que alguien manifiesta interés en redes sociales por el sadomasoquismo se les aparece la niña de la vela… Demandando casito y confundiendo con la práctica real del sadomasoquismo. Si la tienen cerca, bloquéenla. Flaco favor hace a la sexualidad.

No crean que hablar de sado ha sido mínimamente fácil. Ni siquiera esperen que seamos capaces de encajar por qué existe. No sé si Vicente Verdú llegó a entender por qué el dolor puede llegar a la cama y además ser bienvenido, pero 25 años después de esa supuesta ola sadomasoquista que él analizó por lo menos le hemos encontrado una explicación científica. Una de las pocas personas que creo que ha sido capaz de mostrar algo parecido en el cine ha sido Carlos Vermut con su magnífica Magical Girl. Para mí, aquella Bárbara Lennie en el plano final, (spoiler) adentrándose en el supuesto averno va derechita a calibrar su excitación más absoluta y no a dejarse matar por un millonario asiduo a las snuff movies. Pero sí. Quizás, en el fondo, yo sea una romanticona. Aunque viendo por las calles de tantas ciudades a penitentes infligiéndose dolor como castigo por sus pecados también pienso ¿Y si en realidad están disfrutando tanto como disfruto yo en la cama?

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