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Columna
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Abono fertilizante

Las campañas, y más si el resultado es incierto, provocan un efecto laxante en las democracias. Porque el todos contra todos agita las tripas de la bestia y suelta su hez

David Trueba
El fundador de WikilLeaks es trasladado en el interior de un vehículo policial tras su detención por las autoridades británicas, a su salida de la embajada de Ecuador, en Londres.
El fundador de WikilLeaks es trasladado en el interior de un vehículo policial tras su detención por las autoridades británicas, a su salida de la embajada de Ecuador, en Londres. HENRY NICHOLLS (REUTERS)

La entrega de Julian Assange para enfrentarlo a su proceso de extradición confirmó una teoría fatalista sobre la resistencia. Enfrentarse a un poder estatal provoca siempre dos consecuencias. La primera es que te conviertan en aliado otros poderes estatales cuyo único interés es minar al rival. Así pasas a ser antisistema al servicio de otro sistema igual de perverso. Esto le ha ocurrido a Assange, cuya utilidad puntual para Trump, Putin o Correa ya ha sido amortizada. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos, pero solo por un rato, parece decir este refrán de uso cotidiano en despachos de mando. La segunda consecuencia es que de un enfrentamiento a las bravas casi siempre se sale magullado en el estado mental. A juzgar por su aspecto al ser desahuciado del cuarto de invitados de la Embajada de Ecuador en Londres podemos estar ante otro episodio de derrota por agotamiento nervioso. Los tiempos heroicos del conde de Montecristo ya quedaron atrás. Hoy, la épica compite contra la desmitificación grosera de la red social. Nada desgasta más que la visibilidad.

Las películas sobre Assange fueron precipitadas. Es el problema básico del biopic contemporáneo. No responde a la fragua lenta de un proceso de inmortalidad, sino a la explotación comercial de todo rasgo chocante. Hasta los santos se elevan hoy a los altares sin escrutinio serio, y si el Vaticano tiene problemas para competir con Lady Gaga, imagínense los que carecen de organización potente detrás. Assange quiso restregar por las paredes de ciertos Estados los excrementos de su cloaca de intereses y apaños criminales. En Estados Unidos se negaron a perseguir esos crímenes de guerra, sino que optaron por cazar al mensajero. Y Assange acabó restregando sus propias heces por las paredes del cuarto de su reclusión, si damos crédito a las interesadas versiones de su encierro que comienzan a circular. El azar ha querido que su detención coincidiera con el comienzo oficial de la campaña electoral española. A mucha gente la campaña electoral le perturba, porque se siente algo violentado por los discursos de exclusión, miedo y fábula. Pero, en realidad, las campañas, y más si el resultado es incierto, provocan un efecto laxante en las democracias. Porque el todos contra todos agita las tripas de la bestia y suelta su hez.

Resulta esclarecedor conocer detalles sobre el funcionamiento de esa rama policial destinada a fabricar falsas noticias de uso urgente. Desde despachos gubernamentales hasta las redacciones de medios instrumentalizados para la destrucción del rival político se ponía a funcionar un sistema digestivo cuya única finalidad era restregar excrementos por las reputaciones ajenas. Ninguna mancha se quita del todo, así que los culpables de inventar cuentas ficticias en paraísos fiscales y difundir chascarrillos zafios proferidos en comunicaciones privadas saben que han cumplido su misión. La nuestra consistiría en someterlos a los tribunales y desplumar hasta el último responsable en esta quiebra de derechos básicos. El error sería cargar contra todo, como quieren los oportunistas del desastre, o dejar que te vuelvan loco. La verdadera resistencia es finísima, casi íntima, está reñida con la megalomanía. El apocalipsis no llega jamás, pero se traga por el camino a los apocalípticos, que estaban deseando tener razón. Sucede a menudo con los que consideran idiotas a todos los demás, ofrecen así el primer rasgo evidente de su idiotez. No todo el mundo es corrupto, vayamos por ellos.

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