Cinco varones, cinco
La relevancia que se le conceda a RTVE está conectada íntimamente con la salud democrática
Que haya paz: en el televisivo debate a cinco acordado como momento estrella de esta campaña electoral no habrá que usar el lenguaje inclusivo. Por mucho que Podemos se haya rebautizado con el femenino del plural aún sabemos distinguir cuándo el componente femenino está ausente del panel, aunque es posible que una parte cada vez más numerosa de la ciudadanía sea sensible a esa ausencia. Cinco-varones-cinco enfrentándose por el poder, y por lo que llevamos oído en la campaña ya observamos que no quieren rebajar los tópicos que adornan a su género. Ha sonado varias veces la palabra “cobarde” para definir al contrincante. Cobarde ha sido, tradicionalmente, el peor insulto con el que se podía calificar a un hombre, aunque por fortuna va quedándose patetiquillo, perdiendo prestigio en la medida en que se reconoce la fortaleza femenina, virtud que conjuga mejor con la prudencia, la valoración de riesgos innecesarios y una resistencia que, sin duda, puede considerarse valentía de fondo, que nada tiene que ver con la temeridad. Así que lo que hay que temer de veras es que el debate descienda a esos términos de descalificación rancia y bajuna.
No sé cómo ha vuelto este tono tabernario, pero aquí está, como en los viejos tiempos, con el “cobarde-gallina” escolar que unos niños dedicaban a otros para entrenarse en la obligada y trabajosa masculinidad. Jamás consideré la valentía (concepto discutible) de un líder para votarlo. Cierto es que la imagen de Suárez sentado en el Congreso mientras Tejero la emprendía a tiros ha pasado a la historia como una manera de no rendirse a la brutalidad, pero tampoco considero cobardes a los que se tiraron al suelo para salvar la vida.
Espero de un presidente que sea inteligente, astuto, honesto, educado siempre, que mantenga el tipo ante la burla, que no se deje arrollar por esta ola de estupidez que trata de machacar al enemigo a base de descalificaciones falconianas o injurias. Que defienda los intereses del pueblo y no los intereses estrechos de su partido. En realidad, lo que muchos deseamos es que se frene el desmantelamiento de lo público, que el color verde entre en la agenda social, que caminemos a una sociedad más igualitaria. No harían falta aspavientos ni sobreactuaciones. Tal vez defendiendo con convencimiento la justicia social perdida se consigan más votos que con cálculos electoralistas, que de tan excesivos pueden resultar torpes.
No sé si un debate a cuatro (tíos) hubiera sido más ineficaz que este debate a cinco que por fin será, por aquello de que el presidente quiere incidir en la imagen de esa derecha de tres cabezas con la que España se pudiera levantar el 29 de abril, pero quienes diseñan las tácticas electorales debieran tener en cuenta a los votantes, que anhelan que se respeten unos principios ideológicos. Si se diera la circunstancia de que el presidente tuviera en plena campaña un problema de salud, sería incongruente verlo salir de un hospital privado, porque quienes lo votan creen en la promoción y defensa de lo público. Así debiera ser con la Radiotelevisión Española. Lo que le conviene, por encima de cualquier estrategia partidista, a un líder socialista es demostrar que cree en los medios de comunicación públicos, y que basándose en esta creencia debate en ellos sometiéndose a sus reglas. La relevancia que se le conceda a RTVE está conectada íntimamente con la salud democrática. Que hay que mejorarla, lo sabemos todos, dotarla, exigir ecuanimidad, pero tal vez ningunearla sea colaborar en su decadencia.
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