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Elecciones generales
Columna
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Los votos que entran en la misma urna para generar representación son ciegos a la condición del votante

Pablo Simón
Una mujer elige su papeleta en un colegio electoral en las elecciones generales de 2016.
Una mujer elige su papeleta en un colegio electoral en las elecciones generales de 2016. J. GIANLUCCA BATTISTA

La pelota del 28 de abril está en el aire. Por muy pocos votos de diferencia la balanza se puede decantar de un lado o del otro, de la continuidad del Gobierno actual o de una coalición a la andaluza. Cosa especialmente cierta, además, en las provincias de menos de nueve diputados, donde los escaños pueden bailar por márgenes pequeños. De ahí el consenso sobre el papel clave que jugará la participación electoral.

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¿Por qué votar? Desde una perspectiva egoísta, el acto encierra una paradoja: parece que difícilmente un solo voto será el decisivo en el resultado último. Sin embargo, si seguimos participando masivamente en los comicios es porque para muchos ciudadanos subyace la idea de que hacerlo es un deber cívico. Es verdad que las investigaciones de Carol Galais y André Blais señalan que la Gran Recesión ha debilitado algo ese sentimiento en España, especialmente entre los jóvenes, pero incluso en lo más crudo de la crisis este compromiso ciudadano siguió siendo crucial.

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Al fin y al cabo, no debería olvidarse que votar tiene dos propiedades únicas. Por una parte, se trata de un sistema de influencia totalmente igualitario. Mecanismo muy barato de participación (apenas acercarse unos minutos un día al colegio electoral), cuando los votos entran en la misma urna para generar representación son ciegos a la condición del votante. La papeleta de un rico o un pobre, de un sabio o un necio, todas cuentan lo mismo. La idea radicalmente democrática de que cada ciudadano es soberano identificando lo que más le conviene a él y al país.

Por otra parte, el voto que permite a los ciudadanos elegir privadamente y en libertad, sin coacción, aquella opción política que prefieren. Otras formas de participar como una protesta, una manifestación o una queja con frecuencia implican el coste de mostrarse al público. El voto, por el contrario, es un acto anónimo, lo que protege contra la represalia de los poderosos. No es casualidad que la conquista de este derecho y sus propiedades (universal, libre, igual, directo y secreto), estuviera encabezada por el obrerismo, el feminismo o los grupos raciales de muchos países. Los más vulnerables frente al poder.

La participación electoral fue baja en 2016 ya que el agotamiento de la repetición electoral y la baja competitividad desmovilizó a ciertos votantes. Ahora, el escenario está abierto.

Una polarización importante en la campaña debería moverla al alza, pero es cierto que las encuestas no son congruentes y tan lejos de las elecciones cualquier previsión es osada. Eso sí, solo hay una certeza para los ciudadanos que aún dudan si participar: si con su voto no se sientan a la mesa, serán parte del menú.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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