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Ideas | Un asunto marginal
Columna
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La cloaca más sórdida

Las pulsiones más obscenas y los objetivos más auténticos e inconfesables de una sociedad están en los servicios secretos del Estado

Enric González
El oficial alemán de las SS Otto Skorzeny, en 1943.
El oficial alemán de las SS Otto Skorzeny, en 1943. Heinrich Hoffmann (Ullstein bild via Getty Images )

Otto Skorzeny fue uno de los más grandes soldados de la Segunda Guerra Mundial. Nazi de la primera hora, teniente despiadado en las SS, capitán en la Oficina Central de Seguridad del Reich, jefe de comandos, rescatador de Benito Mussolini en una extraordinaria operación alpina, infiltrado en las tropas aliadas durante la contraofensiva desesperada de las Ardenas, ejecutor de las últimas operaciones para frenar el avance soviético en Hungría y los Balcanes, jefe virtual del Ejército en las horas caóticas que siguieron al atentado contra Hitler…

Fue juzgado en Núremberg y declarado inocente. Afincado en España, colaboró con la red Odessa, que ayudaba a antiguos miembros de las SS a escapar y construirse una nueva vida lejos del escenario de sus crímenes. El gran soldado acabó siendo un pintoresco jubilado en Mallorca, reverenciado aún por los nostálgicos del nazismo, relativamente abundantes en la España de Franco, y admirado incluso por sus enemigos.

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Durante los años sesenta, ya muy mayor (nació en 1908), parecía un héroe amortizado. Alto, fuerte, sarcástico, continuamente envuelto en el humo de sus cigarrillos y en conspiraciones de opereta para preparar una inminente Tercera Guerra Mundial contra el comunismo, había degenerado en su propia caricatura. Nadie, salvo tres o cuatro personas, sabía que continuaba en activo. Mientras alzaba el brazo y lanzaba proclamas en aquelarres nazis cada vez más nostálgicos y ridículos, trabajaba para el Mosad, el servicio secreto israelí. Se encargó personalmente de acabar con el programa nuclear del presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, por la vía de aterrorizar a los técnicos alemanes que se ocupaban de desarrollar la bomba. Probablemente fue Skorzeny quien hizo desaparecer a Heinz Krug, antiguo cerebro armamentístico del Reich y coordinador del plan atómico en Egipto. Gracias a Skorzeny, Israel evitó que su peor enemigo en esa época dispusiera de un arsenal nuclear. Pocos habrán prestado un servicio tan grande a Israel como el que prestó el viejo soldado nazi.

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Otto Skorzeny no pidió dinero al Mosad. Solo pidió que se respetara su vida y la de su familia. Probablemente se divirtió volviendo a jugarse la vida como agente doble en Egipto.

Si la torpe atrocidad de los GAL fue lamentable, no sé qué puede decirse de esa cosa llamada policía patriótica nacida en el despacho de Jorge Fernández Díaz al amparo de vírgenes y angelitos

El gran John le Carré tiene razón: en los servicios secretos se esconde el subconsciente colectivo. Las pulsiones más obscenas, las ansias incontenibles y los objetivos más auténticos e inconfesables de una sociedad están ahí, en las cloacas, en la zona de oscuridad. En un documental sobre el Mosad, varios antiguos agentes confiesan que vomitaban o sentían necesidad de lavarse tras reclutar, con oro o con chantaje, a un agente enemigo. Les resultaba más difícil eso que cometer un simple asesinato. Es un mundo repulsivo y, sin embargo, provisto de una cierta grandeza. Hay riesgo, violencia, imaginación, incertidumbre, crueldad y sacrificio.

Nada de eso se encuentra, por supuesto, en las cloaquitas más mezquinas y sórdidas. Si la torpe atrocidad de los GAL fue lamentable, no sé qué puede decirse de esa cosa llamada policía patriótica nacida en el despacho de Jorge Fernández Díaz al amparo de vírgenes y angelitos. Qué miseria de submundo. Qué triste elenco de policías corruptos y periodistas de pacotilla. Cuánta distancia entre un pícaro como Villarejo y un malvado grandioso como Skorzeny. Qué cosita cutre.

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