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Columna
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Reformas sin engaños en Nicaragua

Daniel Ortega disfruta de la tregua derivada de la colocación de las baterías norteamericanas frente al palacio de Miraflores de Caracas

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y la vicepresidenta, Rosario Murillo, en un acto en Managua.
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y la vicepresidenta, Rosario Murillo, en un acto en Managua. Jorge Torres (EFE)

Cuba es un hueso más duro de roer, y su asedio por EE UU proseguirá combinando embargo y hostigamiento, pero si la Venezuela chavista cae, la Nicaragua sometida por Daniel Ortega y Rosario Murillo deberá apretarse los machos y afrontar un prolongado aislamiento de no corregir su tramposa democracia. La pareja presidencial disfruta de la tregua derivada de la colocación de las baterías norteamericanas frente al palacio de Miraflores de Caracas, que ajustan el tiro sobre la marcha porque el blanco es movedizo.

Si el cañoneo destruye a Maduro, se retomará con mayor intensidad el bombardeo de Managua y La Habana, una pieza mayor para los artilleros de origen cubano que tienen acceso a los gatillos de la Casa Blanca. Tratando de abrir un hueco en el cerco punitivo impuesto por Washington, secundado por la mayoría de los países de América Latina y la UE, Ortega se comprometió a liberar a todos los presos en 90 días. Cuando los libere, siempre podrá encarcelar a otros para renovar la despensa negociadora, en un bucle denunciado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras organizaciones.

Sin apenas fuerzas para el enroque indefinido, el sandinismo cede a las presiones, pero no tanto de la oposición y la OEA como de los capitanes de grandes empresas y el obispado católico, que fueron cooperadores necesarios en el proceso de adulteración de su democracia, ilegítima al haber pervertido sus valores y devenir en autocracia. Avergonzados por la criminalización de las protestas antigubernamentales, sofocadas a sangre y fuego, los socios de conveniencia del otrora comandante revolucionario tratan de salvar la cara exigiéndole concesiones. Se trata de recuperar la credibilidad de las elecciones nicaragüenses como mecanismo de alternancia en el poder.

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Las urnas del país centroamericano perdieron su fiabilidad a partir de las generales de 2006 y municipales de 2012, cuando las sucesivas componendas constitucionales y legislativas del sandinismo y un partido liberal zombi consolidaron la domesticación de las autoridades electorales y los tribunales de justicia a fin de garantizar el triunfo de las candidaturas oficialistas y la indefinida reelección de Ortega.

Gobierno y oposición negocian una salida. La influencia del Vaticano en la mesa que aborda el reencauzamiento de la crisis es reveladora, al igual que el lugar de los encuentros: la sede del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas. El nudo gordiano es acordar unas elecciones limpias rompiendo el cordón umbilical entre el sandinismo oficial y sus cómplices en la judicatura y Consejo Supremo Electoral. Pidiendo la luna a beneficio de inventario, la Conferencia Episcopal propuso la anticipación de las generales de 2021, que Ortega rechazó convocando al “intercambio constructivo”. Pide tiempo. Debiera concedérsele para reformar la ley orgánica del Parlamento y permitir la pronta enmienda de la Constitución; también para renunciar al control del Ejército, Policía, aparato judicial, Tribunal de Cuentas, y otros resortes de poder y manipulación.

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