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‘Swing’ de golf contra el cáncer infantil

La Fundación Aladina y la Fundación Seve Ballesteros crean un ‘green’ en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid para enseñar este deporte a niños y adolescentes enfermos

Alejandra de 5 años.
Alejandra de 5 años. Fundación Aladina

Alejandra, de cinco años, y Elsa, de 16, tienen dos cosas en común: el cáncer y el golf. Sus diagnósticos forman parte de los cerca de 1.100 niños que cada año enferman de cáncer en España, según datos del Registro de Tumores Infantiles. Con una salvedad en la estadística: representan a la primera promoción de niños y adolescentes que aprenden a jugar al golf en el área de Oncohematología Pediátrica del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. En las cinco terrazas de la tercera planta, donde se lidia con la quimio y la esperanza, la Fundación Aladina y la Fundación Seve Ballesteros han creado un green artificial para impartir clases de este deporte a los niños ingresados.

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A pesar de su corta edad, Alejandra sabe que los lunes y martes vuelve el instructor de golf y los domingos ya no para quieta. Durante unas horas podrá salir del impoluto y humanizado entorno médico para jugar en este campo indoor. Casi puede imaginar los árboles y las colinas de un campo de golf real, a pesar del césped artificial, y los “hoyos” y palos adaptados. “Ella no sabe lo que es jugar en un parque o el colegio, porque le diagnosticaron leucemia con un año y medio y desde entonces hemos estado de médicos. No ha practicado ningún otro deporte ni ha podido correr al aire libre”, suspira David, el padre de Alejandra. “Los domingos son una fiesta para ella porque al día siguiente podrá jugar al golf. Es lo único que conoce. Ahora mismo no hay otros niños de su edad ingresados que puedan jugar con ella… así que practica y practica lo que le enseñan. En poco tiempo se ha aficionado al golf de una forma asombrosa”.

El nuevo campo del hospital se reparte en cinco áreas verdes: el putt o minigolf para aprender a patear, la zona de “juego corto” para aprender a elevar la bola y dar golpes sobre obstáculos, y de “juego largo” para lanzar la bola lo más lejos posible, dentro de las posibilidades. Otro espacio está destinado al ocio, donde también los padres pueden tomar el aire mientras los pequeños entrenan y, por último, el “campo de juegos”, donde algún día se celebrarán competiciones entre los pequeños golfistas ingresados.

Bajo la atenta mirada de su instructor, Alejandra pega a la bola. No existe nada más y olvida que, además de abrigo y gorro de invierno, lleva mascarilla. Sujeta el palo como ha aprendido, practica los ejercicios y acierta entre risas. Por su parte Elsa, de 16 años, que lleva cinco meses en silla de ruedas después de una operación y tratamiento por osteosarcoma en una pierna… se levanta de su silla, coge las muletas y da unos pasos hacia el palo. Ese movimiento ya es un pequeño triunfo después de más de un año de lucha contra el cáncer. “No es la primera vez que juego al golf”, cuenta orgullosa. “Una vez estuve con mis padres en un hotel de Mojácar, en Almería, y tenía un minigolf donde jugaba… aunque mis deportes favoritos son el boxeo y el béisbol”. Durante un rato, este deporte puede ser una pequeña distracción de su día a día en el instituto, al que ha regresado y donde ahora compatibiliza los estudios con la rehabilitación, las revisiones en el hospital y las dificultades de concentración y cansancio derivados del tratamiento.

“Si mi padre hubiera visto esto estoy seguro de que tendría una sonrisa de oreja a oreja”, reflexiona Miguel Ballesteros, representante de la Fundación Seve Ballesteros e hijo del mítico golfista. “Él creó la Fundación en 2009 para fomentar la investigación oncológica y los valores del golf entre los más jóvenes. Y creo que lo que más le habría gustado ver serían iniciativas como esta en los hospitales, con los niños. Aquí ves directamente el cambio, cómo sonríen, porque durante un rato se olvidan de que están ingresados. Eso es el golf: te concentras en otra cosa. Recuerdo que mi padre nos enseñaba a jugar a mis hermanos y a mí, y nos decía que saliéramos a disfrutar, que no había que tomárselo todo tan en serio, porque no era tan importante la técnica como pasarlo bien”.

El Gregorio Marañón es el segundo hospital en el que se ha creado un campo de entrenamiento de golf para niños ingresados. La primera experiencia fue en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander y el objetivo es seguir extendiendo el swing a más hospitales de España con pacientes pediátricos.

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