Menos pluralismo
Los líderes de los partidos privilegian la lealtad para confeccionar las listas
La confección de las listas con las que los partidos concurren a una cita electoral es uno de los momentos decisivos que caracterizan a cada formación. Es cuando eligen a quienes van a reclamar el voto a los ciudadanos y a quienes van a defender su proyecto. El proceso suele desatar agravios entre los que consideran que lo han hecho bien en el pasado y deben continuar, y no son elegidos por sus líderes. Las listas parlamentarias de este año, que en muchos casos han tenido una gran renovación, han generado bastantes descontentos. Algunos de ellos insinúan marginación ideológica: han apartado a quienes han manifestado disidencias, a veces mínimas, respecto a las directrices de los líderes. A Sánchez se le reprocha haber aherrojado, entre otros, a los que apoyaron a Susana Díaz; y a Casado, de hacer lo propio con los que se inclinaron por Soraya Sáenz de Santamaría. Puigdemont ha marcado las pautas sobre quiénes tienen que defender su proyecto independentista, postergando a los moderados; y Podemos está sufriendo una fragmentación múltiple que seguramente contribuirá a diluir su mensaje. Vamos a ver cómo resuelve Ciudadanos el caso de Castilla y León, donde la candidata de Rivera (una tránsfuga del PP) ha quedado orillada después de un proceso salpicado de irregularidades.
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La composición de las listas partidarias debe responder, al menos en parte, a la estructura de poder interno de los partidos. Si en el interior de los mismos conviven sensibilidades diferentes (la Constitución obliga a que sus estructuras internas y su funcionamiento hayan de ser democráticos), silenciar o ningunear las voces que no sintonizan exactamente con las pautas de sus direcciones reducirá la pluralidad del Parlamento. Lo ocurrido en la elaboración de las listas da pistas sobre la intención de los partidos y sobre el futuro que nos espera en la próxima legislatura. El obsesivo afán por primar antes que ninguna otra virtud parlamentaria la lealtad al líder ha sido tan fuerte que posiblemente tiene otra intención añadida a la cómoda afinidad con el grupo dirigente: el mapa político multipartidista existente en España generará, sin duda alguna, la necesidad ineludible de pactos poselectorales para los cuales, quien gobierne y quien se oponga, querrá tener las manos más libres posibles. La paradoja sería que los avances democratizadores que han supuesto las primarias se despreciarán al no hacerles caso en último término.
La polarización ha llegado pues también a los partidos: ya no va a ser tan fácil como antes que coexistan en su seno corrientes matizadamente diferentes; solo habrá amigos y oponentes. En ello no serán muy distintos que la sociedad a la que van a representar, intensamente dividida. Las viejas reglas de juego de las democracias están siendo debilitadas en la sociedad del espectáculo —de ahí procede la otra tendencia que se impone hoy, la de fichar en las listas a personajes mediáticos, aunque sean mediocres— mientras las redes sociales contribuyen a generar posiciones rotundas: o estás conmigo o estás contra mí. Es en este contexto tan inflamado emocionalmente en el que, con la lógica de quienes quieren mantenerse o conquistar el poder, los líderes se han rodeado de leales. La democracia implica el respeto por la voluntad popular, la preservación de la pluralidad de la sociedad y el alejamiento de comportamientos arbitrarios y sectarios. En el exterior y en el interior de los partidos.
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