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Columna
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Esperando a Churchill

Cada líder atribulado ha tenido al lado -ligeramente detrás- a una Fernández de la Vega, Sáenz de Santa María, Calvo, Montero o Arrimadas

Pepa Bueno
Winston Churchill en su casa de Chartwell en 1939.
Winston Churchill en su casa de Chartwell en 1939. CORDONPRESS
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Así se nos van los días. Esperando a que cualquiera de los líderes de los partidos que nos disponemos a votar tenga un rasgo de grandeza o un gesto que ilumine el camino. Ahora se juzga con severidad a los nuevos dirigentes por querer —¡oh pecado que nunca cometieron sus predecesores!— rodearse de gente suya, a ser posible que no conspire en su contra y que facilite la aprobación de las políticas que decidan. Se dice de todos ellos que han cavado trincheras, levantado muros y cerrado puertas al entendimiento. Y se les dice disparándoles desde las redes sociales y algunas tribunas periodísticas convertidas en escuadrones dispuestos a la ejecución sumarísima de cualquiera que se mueva de lo que “nos conviene”, o de lo que se espera de cada uno. Sea lo que sea que se espere de ellos. En definitiva, se acusa a Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera de ser exactamente un reflejo del mundo que vivimos, urgente, emocional, cortoplacista y felizmente encapsulado en la zona de confort de nuestro barrio en Twitter, en Facebook o en la ínsula que prefieran.

Pues señores, esto es lo que hay. Parece que conviene ir haciéndose a la idea de que Churchill no va a volver. Y de que, si vuelve, es más probable que se llame Jacinda que Winston. No porque las mujeres sean intrínsecamente mejores que los hombres —tranquilos, tranquilos—, sino porque, como dice la matemática Karen Uhlenbeck, “uno de los problemas más serios que tienen las mujeres es hacerse a la idea de que existe una sutil falta de aceptación hacia ellas y que tienen que actuar en consecuencia”. Tantos siglos de actuar en consecuencia tenía por fuerza que dar líderes con la empatía de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, la lucidez de la adolescente sueca Greta Thunberg o la valentía de la congresista demócrata norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez. O cualquiera que a ustedes les guste más. Tenemos para elegir en nuestra historia reciente y presente. Cada líder atribulado —y aspirante a Churchill— ha tenido al lado —ligeramente detrás— a una Teresa Fernández de la Vega, Soraya Sáenz de Santamaría, Carmen Calvo, Irene Montero o Inés Arrimadas para estar al frente del día a día, servir de pararrayos y aguantar “la sutil falta de aceptación”. Preparadísimas para la sangre, el sudor y las lágrimas.

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