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Columna
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El réquiem de Brasil

La masacre en la escuela expone a un país enfermo por el odio

Eliane Brum
Estudiantes se abrazan afuera de la escuela pública un día después del tiroteo. Los alumnos colocaron una ofrenda en honor a las víctimas.
Estudiantes se abrazan afuera de la escuela pública un día después del tiroteo. Los alumnos colocaron una ofrenda en honor a las víctimas. ANDRE PENNER (AP)

Cuando Jair Bolsonaro firmó el decreto facilitando la posesión de armas en Brasil, la profesora Marilena Umezu escribió en una red social: “Estamos a favor del porte de libros, ya que la mejor arma para salvar a los ciudadanos es la educación”. El 13 de marzo se convirtió en un cuerpo acribillado en el suelo. Marilena estaba entre los siete muertos de la escuela estatal Professor Raul Brasil, en Suzano, en la región de São Paulo. Dos exalumnos entraron en el edificio disparando y después se suicidaron.

El presidente no es el responsable directo de la masacre. No apretó el gatillo y nunca hay solo una causa. Pero Bolsonaro debe responsabilizarse del gatillo que aprieta todos los días con sus palabras y actos hacia más de 200 millones de brasileños. Su gesto de campaña era simular un arma con los dedos. Disparando. Electo, siguió con su discurso de odio. Gobierna mediante un mensaje: las armas son la solución.

Poco antes de la tragedia, afirmó que dormía con un arma junto a su cama. Asiduo de Twitter, tardó seis horas en manifestarse sobre los asesinatos. Su compañero de partido, el senador Mayor Olímpio, se adelantó con una “solución”: si los profesores estuvieran armados, se podría haber evitado la tragedia. El mismo día de la masacre, el hijo mayor de Bolsonaro, senador electo, presentó su primer proyecto de ley: la autorización para instalar fábricas civiles de armas y munición.

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Las escuelas, que deberían ser un reducto en un país donde faltan espacios culturales, han sido acusadas por el presidente y sus seguidores de ser antros de orgías, depravaciones y un invento llamado “ideología de género”. Antes de los disparos reales de Suzano, ya bombardeaban diariamente a escuelas y profesores con fake news. En un país famoso por los problemas de su educación pública, el bolsonarismo ya había conseguido transformar la escuela y los profesores mal pagados en enemigos.

Brasil convive con el genocidio de la juventud negra y de los pueblos indígenas. Estas muertes se tratan como parte del día a día. Los generales han vuelto al poder con Bolsonaro en un país donde más de 200 víctimas de la dictadura militar siguen desaparecidas. Los asesinos y torturadores del régimen de excepción siguen sin castigo. Bolsonaro es el síntoma de esta democracia deformada que convive con la barbarie producida por el propio Estado.

El mundo empieza a presenciar cómo un país con casi 64.000 asesinatos al año reacciona al ser gobernado por un hombre que arma a la población y defiende el exterminio de los opositores. En los foros que frecuentaban los asesinos suicidas, tratados como héroes en la dark web, el lema es: “mátate, pero llévate también al ganado”. Amenazados de muerte, un político gay y dos feministas ya han dejado el país. Brasil está de luto. También por sí mismo.

Traducción de Meritxell Almarza

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