Vox: culto a España, culto al cuerpo
El partido ultra incorpora fichajes de exmilitares y se recrea una estética física y castrense
El esfuerzo con que Vox trata de sustraerse a la divisa de extrema derecha contradice el fichaje del exgeneral Rosety. No es el primer militar que se disciplina al partido de Abascal —el exgeneral Asarta encabeza la lista de Castellón—, pero sí es el que ha llevado más lejos la adhesión al franquismo.
Lo hizo en la rúbrica de un manifiesto que tanto elogiaba la figura del caudillo como justificaba el golpe de 1936, aunque el ardor de Rosety también alcanza a la edad contemporánea. Se decía partidario de una intervención militar como remedio al desafío soberanista de Cataluña.
Los efluvios del ancien régime apuntalan su candidatura por Cádiz. Rosety se erige en vigía del Mediterráneo, antídoto al musulmán y expresión de una reconquista que Abascal remarca con su providencialismo y el lenguaje corporal castrense. Vox es un partido de pectorales. De líderes marciales. De tipos que te crujen la mano al saludarte, como si la virilidad y la testosterona fueran el remedio al amaneramiento de la derechita cobarde.
Vox es un partido de orden. Un movimiento que hace pedagogía de la tonicidad física, de la disciplina corporal, del esmero muscular. Ningún ejemplo es más elocuente que el de Ortega Smith. Un ex boina verde, un atleta. Una categoría de la política que convierte el cuerpo en camino de perfección y de estoicismo. Líderes entrenados, fortachones, cuando no parodias del olimpismo.
Impresionaba, por ejemplo, el aparato de seguridad con que Abascal se ha desenvuelto estos días en Valencia. Presumía incluso de haber alistado a 14 guardaespaldas. Se supone que dos de ellos se los proporciona el Estado, pero el líder de Vox había contratado tres vigilantes jurados y se desenvolvía entre el gentío con otros nueve fornidos guardaespaldas.
Es la manera de proyectar la estética paramilitar y de sobreponerse a la presunta euforia de las masas. “Presidente, presidente”, lo llamaban el sábado cuando abandonó los tendidos de la plaza de Valencia, pero las multitudes que lo rodeaban en la calle formaban parte de la propia masificación de las Fallas.
Envuelto en la turba y jaleado por unos cuantos afines, Abascal ha trasladado a las redes sociales el mensaje de un baño de masas. Y se ha recreado en la imagen de la aclamación popular. El gentío estaba antes de su aparición y seguía allí después, pero la propaganda mesiánica ha convertido la visita de Valencia en un ejercicio de pasión callejera y de premonición victoriosa.
Algunos aficionados a los toros sufrimos con la defensa que Vox hace de la tauromaquia. Porque la observamos como combustible de la guerra identitaria. Porque politiza la fiesta obscenamente. Y porque si la apología fuera incluso honesta, nos resulta inverosímil subordinar la decencia y la sensibilidad democrática a la comunión de la pasión taurina.
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