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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vox: el partido de Whatsapp

Abascal desaparece del mapa al tiempo que su partido se arraiga en los grupos domésticos

Santiago Abascal y Rocío Monasterio, en una fiesta con los jóvenes votantes de Vox.
Santiago Abascal y Rocío Monasterio, en una fiesta con los jóvenes votantes de Vox.YOUTUBE (Europa Press)

No puede hacerse demoscopia ni sociología rigurosa con las experiencias de Whatsapp, pero la epidemia de los grupos y la heterogeneidad que los abastece —la familia, los exalumnos, el equipo de fútbol, los colegas de trabajo...— predisponen la aparición de Vox en el énfasis de los debates. Es la extrapolación o variante coyuntural de la ley de Godwin: “A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”.

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Sucede lo mismo con Vox. En los bares, en las discusiones domésticas, en los grupos de Whatsapp, cualquier polémica que logra prolongarse termina aludiendo o apelando al partido de Abascal. Y no con el decoro de una conversación reposada, sino con la escalada necesaria en cualquier ejercicio de discrepancia progresiva.

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Vox se está arraigando en la sociedad sin necesidad de intervenir en los cauces convencionales ni participar de los rituales del “sistema”. Los grupos de Whatsapp representan un buen ejemplo porque se desenvuelven en la desinhibición y el descaro. La bandera de Vox incita, excita, el lenguaje ofensivo e irreverente que se contiene en los contextos de obligado decoro social, pero es descriptiva, la bandera, de la repercusión sociológica del partido ultraderechista.

El magma social del hartazgo, de la indignación y del victimismo necesitaban un líder capaz de maniobrar la expectativa política. Era un movimiento amorfo o abstracto en busca de autor. De hecho, el oportunismo o la oportunidad de Abascal emula el papel de Chaplin en la manifestación de Tiempos modernos: el actor recoge del suelo un pañuelo rojo que se ha desprendido de un camión cuyo remolque aloja una cristalera. Lo agita para llamar la atención del chófer. Y al hacerlo se encuentra liderando una masiva movilización de trabajadores cabreados.

Vox cuenta a su favor la ventaja del escarmiento populista de Podemos. Iglesias había estimulado la expectativa de una revolución política. Significaba la alternativa al sistema. Y ha malogrado cinco millones de votos a costa de su mesianismo, ubicuidad y carbonización mediática.

Quizá se explica así la desaparición de Abascal en las últimas semanas. Más se expone, más se arriesga a la trivialización del misterio. Presume el líder de Vox de “no tener España en la cabeza, sino en el corazón”, se relame en las excentricidades, pero también ha descubierto la precariedad del teatrillo y su propia insustancialidad.

Vox puede ser la peor competencia de Vox. Por eso necesitan una campaña autoregulada. Y, por la misma razón, el ensimismamiento en las redes sociales les sirve de coartada para exponer la discriminación de los medios y le permite eludir el ridículo.

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