Cuando ‘Black Mirror’ mató a Julio Verne
Hace falta poder volver a saber hacia dónde queremos dirigirnos y para eso estaría bien contar con opciones que nos muestren un porvenir algo más esperanzador
Hubo una época en la que la ciencia ficción pintaba un porvenir prometedor. Los padres del género, Julio Verne y H. G. Wells, nos hicieron bajar a las entrañas de la Tierra y a las profundidades del mar; nos llevaron a la Luna y nos permitieron viajar en el tiempo o volvernos invisibles. Nos hablaban de un mundo de progreso en el que la ciencia, la tecnología y la innovación, unidas a su gran imaginación, perfilaban un futuro emocionante e ilusionante.
Luego llegaron las distopías totalitarias de George Orwell y Aldous Huxley, que retrataban una humanidad dominada por “el sistema”. Pero más que mirar al futuro, narraban las metáforas de los autoritarismos de aquel presente. Algo más tarde, Isaac Asimov construyó con su abrumadora sabiduría e imaginación la gran saga de lo que la tecnología en general, y la robótica en particular, podrían suponer, alertando de sus potenciales peligros pero también vislumbrando su enorme e inevitable contribución a la evolución del ser humano.
Hoy Black Mirror dibuja un futuro en el que la tecnología, que todo lo domina, no está al servicio del ser humano, sino al de sus peores instintos. Un futuro aterrador porque lo podemos ver a la vuelta de la esquina.
Son solo algunos ejemplos en un universo muy variado —predominantemente masculino, por cierto—, que muestran cómo la ciencia ficción nos ha permitido explorar lo que otras ramas del saber nos tenían preparado. Muestran también un estado de ánimo de la sociedad, una determinada predisposición ante el porvenir. Lo que hoy vemos es un determinismo tecnológico que nos arrastra irremisiblemente a una dependencia ante la que la voluntad humana poco puede hacer. Y ahí el gran gurú del futuro no es un autor de ficción, sino un pensador y ensayista, Yuval Noah Harari.
Como es lógico, este estado de ánimo se refleja también en la política. La izquierda, aupada en un espíritu de progreso, se consideraba tradicionalmente optimista, mientras que la derecha, de natural conservador, bastante tenía con mantener el statu quo. Ese paradigma ha cambiado (ya lo contó Daniel Innerarity en El futuro y sus enemigos) y en el aire se respira un aroma de impotencia. No solo eso, sino que atrapados en sus cuitas cotidianas, los partidos políticos, viejos y nuevos, no están afrontando los múltiples y complejos desafíos que el desarrollo tecnológico plantea —en realidad, ni esos ni ningún otro que no tenga que ver con su propia supervivencia—.
Ahora no importa tanto saber cuándo Black Mirror mató a Julio Verne. Ya está hecho. Lo que hace falta es poder volver a saber hacia dónde queremos dirigirnos y para eso estaría bien contar con opciones que nos muestren un porvenir algo más esperanzador. Porque, si no somos capaces de imaginar un futuro mejor, ¿cómo vamos a ir hacia él?
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