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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambiar de nombre no sirve para borrar el pasado

Los nombres son una cosa muy seria, ya sean los de personas o los de países

Jorge Marirrodriga
El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte.
El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte.Andrew Harnik (AP)

En la sección Verne de este periódico se explicaba ayer que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, juguetea con la idea de cambiar el nombre a su país para acabar con su “pasado colonial”. Se llamaría Maharlika, “término malayo que se usaba para hablar de las civilizaciones prehispánicas de la isla de Luzón”, señalaba la información.

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El nombre es una cosa muy seria. Es el reconocimiento de la identidad individual del otro y lo que le hace diferente del resto del universo. No por nada los nazis lo primero que hacían al encerrar a los judíos en Auschwitz era marcarlos con un número y dejar de tratarlos con un nombre. A servidor siempre le pareció una falta de respeto que en el colegio algunos profesores obligaran a los alumnos a saberse su nombre completo, pero fueran incapaces de pronunciar el de quien esto escribe.

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Ponemos nombre a lo que amamos, en la medida que sea, ya sean personas o animales. Las parejas se dan entre ellos nombres que son únicos —o al menos eso creen— y solo los utilizan en privado. Y lo mismo sucede con la familia o los amigos. Nuestros animales, responden —nos gusta pensar— al nombre que les hemos dado, cosa que nuestros hijos, por ejemplo, no hacen en el 95% de las ocasiones. Para las grandes religiones el verdadero nombre de Dios es un secreto insondable. De hecho, en el judaísmo se llama simplemente Hashem, El Nombre. Y uno de los mayores poderes que el Creador otorgó al hombre fue poner nombre a las cosas, “in the beginnig”, como cantaría Bob Dylan, o “con su bikini”, que versionaría Joaquín Sabina.

Los países tienen nombres que impregnan la personalidad de sus ciudadanos aunque estos lo ignoren. Y, como las personas, pueden tener varios, aunque solo uno sea oficial. La primera fechoría de un país que quiere hacer desaparecer a otro del mapa —literalmente— es borrar su nombre. En Europa, Polonia tiene demostrada experiencia sufriéndolo. Pero eso no sirve. Muchas veces los nombres sobreviven más que las tierras que denominaron. Pretender borrar el pasado mutando el nombre de un país es como decir que se ha cambiado de coche porque se le ha puesto un escudo de otra marca. El nombre Filipinas significa mucho allí, en Europa y en América. Aunque Duterte no tenga ni idea del porqué.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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