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Columna
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Hacia la catalanización

El viraje hacia su derecha emprendido por Rivera podría significar para el sistema político español lo mismo que supuso para el catalán el viraje de Mas

Enrique Gil Calvo
Albert Rivera, junto a  Inés Arrimadas y el número 3 de la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona, Celestino Corbacho.
Albert Rivera, junto a Inés Arrimadas y el número 3 de la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona, Celestino Corbacho. Toni Albir (EFE)

El pasado 18 de febrero, la cúpula de Ciudadanos vetó por unanimidad todo posible acuerdo con el PSOE de Sánchez tras las próximas elecciones generales. Un gesto cuyo mensaje implica romper los puentes y quemar las naves para garantizar la irreversibilidad de su viaje hacia la derecha españolista renunciando al centro político. No hay duda de que se hizo así por puro electoralismo, ante el claro riesgo de inexorable declive tras verse desplazado por el pujante ascenso de Vox, como nuevo partido de los puros e intransigentes que rechazan todo politiqueo. Y ese viraje de Ciudadanos bien podría favorecer al PSOE, al taponar la pérdida de votos por su flanco derecho. Pero más allá de estos juegos tácticos, lo cierto es que el abandono por Ciudadanos del espacio de centro que había construido supone una grave amenaza para nuestro sistema político, pues implica la catalanización del conjunto de España, que queda dividida en dos mitades antagónicas civilmente enfrentadas.

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Es el mismo viraje que protagonizó Artur Mas en 2012, cuando asustado por las protestas populares contra su política de recortes, optó por reconvertir a su partido catalanista de centro, CDC, al secesionismo unilateral, a fin de evitar que sus electores se pasasen a ERC. Desde el punto de vista táctico, esa maniobra resultó un fracaso, pues su hemorragia de votos fue todavía mayor. Pero lo más grave fue que destruyó para mucho tiempo lo que hasta entonces había significado CiU: un espacio de centro mayoritario que servía de tercera vía entre los dos polos enfrentados del espectro ideológico. Y desaparecido ese colchón amortiguador, hoy la escena política catalana está estérilmente bloqueada por una extrema polarización, dado el empate permanente entre el españolismo y el secesionismo.

Pues bien, el viraje hacia su derecha emprendido por Rivera podría significar para el sistema político español lo mismo que supuso para el catalán el viraje de Mas. En los últimos tres años, tras la debacle del bipartidismo que estalló en 2015, el equipo dirigente de Ciudadanos había logrado construir y consolidar un nuevo espacio de centro político que aspiraba a servir de tercera vía, estabilizando la confrontación bipolar entre derecha e izquierda que ha venido amargando con su cruenta crispación la reciente trayectoria de nuestro sistema. Pero ahora, con gran irresponsabilidad, Rivera ha tirado por la borda todo ese capital estabilizador tras tomar partido por uno de los frentes en pugna, alineándose con el nacional populismo más extremado.

Con lo cual se produce la definitiva vuelta de tuerca hacia la polarización de España, sin ningún estabilizador intermedio que evite el eterno bloqueo del empate bipolar. Justo como en Cataluña. Y si España queda polarizada ¿quién será el guapo que pueda despolarizarla? ¿Pedro Sánchez, con su vaga oferta de un diálogo que hasta ahora se ha demostrado tan estéril como fallido? Para eso necesitaría disponer de una mayoría que parece fuera de su alcance. Y en su defecto, quedará preso entre las dos Españas opuestas que hielan el corazón.

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