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Cristina Morales: ni amo ni Dios ni fútbol

Literatura de combate. Así se define el estilo de esta treintañera granadina que ha ganado el Premio Herralde de Novela con ‘Lectura fácil’

Cristina Morales posa para ICON dejando claro que no hay taburete incómodo, sino personas que no saben utilizar el pensamiento lateral para sentarse.
Cristina Morales posa para ICON dejando claro que no hay taburete incómodo, sino personas que no saben utilizar el pensamiento lateral para sentarse.Fotografía: Silvia Varela

Hay que ser muy punki para que tu representante te defina, cariñosamente, como “un poco punki”. Ser punki quiere decir que tienes los ovarios bien puestos. Que si la fotógrafa te pide que hagas un gesto de chulería ante la cámara y no te apetece, respondas: “No, gracias. Estoy bien”. Si te llamas Cristina Morales (Granada, 1985) y tienes más premios que Marie Kondo compartimentos en los cajones, puedes ser lo que te dé la gana. A fin de cuentas, se está saliendo con su última novela, Lectura fácil (Anagrama). La narración, protagonizada por cuatro mujeres con discapacidad intelectual que luchan por conquistar una mayor autonomía, ha sido definida por la crítica como “combativa”. Un adjetivo con el que se siente bastante cómoda. Algo que tampoco sorprende, solo hay que ver la pintada que se recoge en la portada de su libro, justo debajo del título: “Ni amo ni Dios ni marido ni partido ni de fútbol”.

¿Cómo se aprende a pensar? Joé, qué pregunta. No puedo responder cómo se aprende a pensar, sino cómo se aprende a pensar críticamente. Hay que pasar por un proceso de politización para desprendemos de la ideología y recuperar la realidad del mundo en que vivimos. A esa politización se accede en comunidad. Un conjunto de personas compartiendo sus deseos, sus miedos, sus frustraciones, su saber y su ignorancia. Encontrar espacios en los que organizarse para crear un pensamiento alternativo no es fácil.

¿Qué ocurre en los márgenes que le resulta tan fascinante? Fuera del foco mediático y social, se produce una invisibilidad que es un arma potente. Tirar la piedra y esconder la mano es una herramienta muy útil. Una herramienta emancipatoria. La emboscada es más fácil en los márgenes y de ahí mi interés por asomarme a ellos.

"Entiendo el fascismo como una técnica. No tanto como un momento histórico de los años veinte o treinta, sino como método de control propagandístico que se aplica hoy en democracia"

¿Qué es entonces lo que falla en el sistema para que la crítica más radical sea expulsada del espacio institucional? Este mundo es jerárquico y poco igualitario por definición, a pesar de que la democracia presuma de ser el lugar de la igualdad. No lo es. Es el lugar de la normalización, del respeto a la norma y del no salirse de ella. La democracia y el capitalismo, que son marido y mujer, hacen que solo seamos iguales en el acceso al consumo. Y ni eso, porque puede consumir quien más tiene. Tenemos libre acceso al supermercado. Ahí empieza y acaba la igualdad: en la entrada del supermercado.

¿Es la necesidad de ajustarse a la norma la que hace que una de las protagonistas reparta etiquetas de fascista a diestro y siniestro? Entiendo el fascismo como una técnica. No tanto como un momento histórico de los años veinte o treinta, sino como método de control propagandístico que se aplica hoy en democracia. Una técnica fascista actual podría ser el espionaje masivo a través de los móviles.

¿Qué relación se establece en su caso entre danza y literatura? En mi vida van de la mano. Formo parte de una compañía de danza contemporánea llamada Iniciativa Sexual Femenina. Creo que el arte, en su capacidad para reflejar la sociedad, es un poderoso lugar de creación de moral y de mensajes.

Hablando de mensajes poderosos, ¿qué les diría a quienes critican el twerk o el reguetón por sus supuestas connotaciones sexuales? Hay un lugar de pensamiento masculino, que nosotras también manejamos, que es el de entender que la celebración del cuerpo o su exhibición va dirigida a despertar el deseo del macho. En el ensayo Trapologia (Ara Llibres, 2018), de Max Besora y Borja Bagunyà, este último reflexiona sobre cómo en una fiesta en la que se pone reguetón y él tiene a una tía restregándole el culo en la polla, su primer pensamiento es que eso acaba en polvo. Sin embargo, esta tía se pasa la noche bailando y después coge y se va a su casa a leer las memorias de Benjamin Franklin. Tenemos que dejar de entender que la celebración de lo físico va siempre dirigida a despertar el deseo sexual del varón. A veces, es un fin en sí mismo. Poner el culo en pompa y twerkear es un placer que experimentas en cuerpo y alma. Yo lo recomiendo.

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