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Columna
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Romper la campaña

Sánchez necesita que la izquierda y los liberales, que también existen, reaccionen ante la amenaza de una derecha iliberal

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, responde al líder del PP, Pablo Casado, en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, responde al líder del PP, Pablo Casado, en el Congreso. Chema Moya (EFE)

El independentismo catalán fracasó en su sueño —que ni siquiera alcanzó la condición de intento— de instaurar unilateralmente la independencia. Pero ha contribuido poderosamente a desestabilizar la política española, muy oxidada por la incapacidad del PP y del PSOE de anticipar la crisis de gobernanza que se les venía encima. El independentismo catalán con su voto, un día con la izquierda, otro con la derecha, se ha cargado a dos presidentes del Gobierno; protagoniza un juicio que puede dejar una larga resaca; y será tema principal de unas elecciones que pueden colocar a España en la senda de la Italia de Salvini y de la furia nacionalconservadora que amenaza a Europa.

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La crisis de 2008 hizo aflorar una sociedad con las clases medias fracturadas y con una brecha de desigualdad creciente, que las políticas de austeridad acabaron de agrandar. Del malestar surgió la ruptura del bipartidismo, el despliegue del independentismo y la irrupción de la izquierda que desde los movimientos sociales saltó al Parlamento y a las alcaldías. La respuesta fue la paulatina radicalización de la derecha, asumiendo el populismo con la bandera española en la mano.

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Y así llegamos a unas elecciones más binarias que nunca: o el tridente de la derecha o Pedro Sánchez y los demás. La dirección de Ciudadanos ha acordado por unanimidad que no pactará con el PSOE bajo ningún concepto. Hasta nueva orden. Con el centro convertido en espectro y dos campos claramente enfrentados: uno articulado en torno el tridente de la derecha, el otro, con Sánchez y un enorme batiburrillo detrás, todo induce a pensar que Cataluña será protagonista permanente, arma arrojadiza de la derecha contra Sánchez. Pablo Casado ha empequeñecido el PP, con el argumento de que los suyos quieren caña. Y Ciudadanos ha perdido la oportunidad de ser el partido liberal español, por los resentimientos inscritos en su alma desde su origen, cuando nació contra el nacionalismo catalán. Y ahí se ha quedado.

La derecha lo tiene fácil: liberalización sin contemplaciones de la economía y autoritarismo patriótico para el control de la ciudadanía. Pero Sánchez necesita que la izquierda y los liberales, que también existen, reaccionen ante la amenaza de una derecha iliberal. Para conseguirlo tiene que romper la campaña. Centrarla en Cataluña no le ayuda: necesita agenda social y de regeneración democrática para mover al progresismo. Bajo la apariencia de una elección simple, se ocultan, en cada bando, duras peleas subterráneas entre el PP y Ciudadanos, entre los izquierdistas y entre el independentismo. Sánchez pretende sobrevolar estas querellas de familia. Y exhibe polivalencia: en busca de los restos perdidos por la derecha. Pero la quimera centrista puede desmovilizar a los que deberían llevarle al poder. En una campaña en blanco y negro, quizás sea más eficaz fortalecer con un programa claramente transformador la llamada del viejo eslogan: “Si tú no vas, ellos vuelven”.

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