‘Space cowboy’ viejuno
Atarse los zapatos sentado, por ejemplo, se vuelve una divertida actividad trufada de resoplidos y maldiciones

Cuando llegas a la madurez tu cuerpo no hace más que darte buenas noticias, en cuanto a la forma, me refiero. Digamos que las piezas son las mismas, pero se manifiestan bajo una luz nueva. Mi culo hace unos años que inició una lenta e implacable despedida. “Ciao, ciao, ciao, manchego mío”, me dice. Cada vez se muestra más gurrumido como un suflé que se deshinchara… (no sé si se entiende la metáfora). El caso es que ya no hay transición entre mi espalda y el muslo, todo se precipita hacia abajo: culus carpetus es su nombre científico. Con respecto al tronco, que ya de por sí era como un saco de hierba, el pechito ha ido ganando protagonismo, proporcionándome un porte distinguido: Pechus palomus, es su nomenclatura.
En mi caso digo, porque en otros es la barriga la que dice: ja soc aquí. Y se revela redonda, compacta. Atarse los zapatos sentado, por ejemplo, se vuelve una divertida actividad trufada de resoplidos y maldiciones. Cómo fueran tus brazos en tiempos pretéritos da igual si los recordabas torneados y bien tonificados, porque llega un día en que se transforman en sendas barras de pan, pero no recién hechas, barras de pan de ayer. De la caraza tampoco te libra nadie; es infalible. Como el chorro de agua, que fregando los platos siempre va a la cuchara.
En todo esto pensaba mientras presenciaba la actuación que el pasado miércoles brindó, en el palacio de Cibeles, el cantante Jay Kay del grupo Jamiroquai. Y no sé a que se debió este pensamiento fugaz, porque el artista inglés está mejor que nunca. Vestido con su chándal Adidas, seguía pereciendo un muchachete moderno y urbano, en absoluto un padre de familia que fuera a comprar churros el domingo por la mañana. Y bailaba como siempre, cimbreándose como la vara de un avellano. Ni por asomo como un chiquito de la calzada funky. ¡Turururú Space cowboy viejuno!
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