El hombre es un lobo para el hombre, y un león para la mujer
El feminismo es necesario, y ahora que podemos soñar con nosotras mismas, tenemos la obligación moral de hacerlo por las que estuvieron y las que estarán
Algunos debates parecen eternos. Se repiten una y otra vez, sin embargo, la esencia misma de la discusión es una vieja conocida. El feminismo es protagonista de cientos de debates así, a diario. Las feministas nos hallamos eternamente enfrentadas a las restricciones impuestas por una sociedad que se encuentra demasiado cómoda heredando un mundo desigual y aceptando, sin criterio y con excesivo desparpajo, comportamientos que, a los ojos del siglo XXI y de la historia, parecen ridículamente anticuados, obsoletos e innecesariamente nocivos.
¿Cuál es la razón que excusa la continua actitud conforme, sumisa y dócil del ser humano ante revoluciones que debían tener lugar hace décadas? ¿Por qué cada vez que el feminismo roza con la punta de sus dedos al animal aletargado y enjaulado que es la conciencia social, éste se revuelve y muerde sin darse cuenta de que el roce, aunque desconocido y algo desagradable al principio, luego le proporcionaría la libertad que tanto ansía?
Todavía no tenemos respuestas. El hombre aceptó de buena gana las ideas que el heteropatriarcado le susurraba mientras dormía, creando en su sueño fantasías sobre avances tecnológicos, coches voladores y dinero, y restándole importancia a las ideas de libertad que tanto le había costado fabricar y expandir por sí mismo —si no me creen, pregúntenselo a Luis XVI de Francia—, propias de una sociedad moderna y desarrollada. Pero, sobre todo, se olvidó de soñar con los derechos de las mujeres.
Por esta razón defiendo, a capa y a espada, que el feminismo es necesario, y ahora que podemos soñar con nosotras mismas, tenemos la obligación moral de hacerlo por las que estuvieron y las que estarán. El feminismo es un espacio seguro para todas donde apoyarnos y luchar por las demás, levantando nuestra voz y nuestro puño como arma y escudo contra aquellos que, petrificándose poco a poco sobre el sofá mullido de sus privilegios, se sienten amenazados por la pérdida de éste, y arremeten contra quienes ondean la igualdad como bandera y cuya única agenda es verificar el cumplimiento de lo que se nos prometió sobre papel mojado (y remojándose desde hace 70 años), en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esta tribuna es una colaboración de un lector en el marco de la campaña ¿Y tú qué piensas?. EL PAÍS anima a sus lectores a participar en el debate. Algunas tribunas serán seleccionadas por el Defensor del Lector para su publicación.
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