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Columna
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Música celestial y diplomacia

La “neutralidad positiva” de la jerarquía católica durante el cerco al chavismo resulta moralmente punible

Juan Jesús Aznárez
El papa Francisco, durante una rueda de prensa en el avión de regreso a Roma.
El papa Francisco, durante una rueda de prensa en el avión de regreso a Roma. ALESSANDRA TARANTINO (AP)

Durante el hundimiento del Titanic, el 14 de abril de 1912, la banda de Wallace Hartley combatió el pánico del pasaje, con un repertorio de valses, música popular y ragtime. Solo la inundación de la cubierta de botes, poco antes de que el buque se partiera en dos, acalló los violines. Parecía insumergible hasta el fatal error de conducción; Venezuela se va a pique arrastrada por su capitán y el cañoneo gringo. Era casi imposible arruinar el país petrolero, pero Maduro y su tripulación lo consiguieron.

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La heroicidad de los ocho músicos del transatlántico de la White Star Line contrasta con el medroso comportamiento de Francisco y la coral vaticana durante el naufragio de Venezuela, cuyo primer oficial pidió la mediación papal, invocando a Cristo en vano, cuando el último iceberg plantado por la Casa Blanca en el Orinoco reventó las cuadernas del régimen y el agua le llega al cuello.

Lejos de sumarse activamente a quienes pretenden evitar un derramamiento de sangre en Venezuela, mediante la negociación, la renuncia bolivariana al totalitarismo y la convocatoria de elecciones generales, la “neutralidad positiva” de la jerarquía católica durante el cerco al chavismo resulta moralmente punible. El calendario ayuda a entenderlo. El primero de febrero, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, dijo que “este no es el momento para el diálogo” en Venezuela, sino “el momento para la acción”. ¿Y qué dijo el rebelde Francisco ante una declaración claramente anticristiana? Ni pío. Tanto hablar de paz, diálogo, amor, concordia, como medios para resolver conflictos y cuando llega el momento de demostrar que tales afirmaciones no son retóricas, solo hay silencio. Inmediatamente después de que Pence apuntillara el diálogo, los portavoces de Guaidó se sumaron: “No hay nada que negociar”. Unos días después, el 5 de febrero, la guinda: “Estoy dispuesto a ser mediador, si las dos partes me aceptan”. Pero bueno, ¿su Santidad está sordo o se hace el sordo? Debe ser la única persona que no se ha enterado de que la oposición y el cardenal venezolano Baltazar Porras han dicho que no a cualquier iniciativa de diálogo.

No ha debido ser informado de que la pasada semana comenzó en Montevideo una reunión internacional, auspiciada por México y Uruguay, para buscar mecanismos que eviten una confrontación armada. ¿Le costaba mucho haberse sumado a esa iniciativa de paz en lugar de publicar un desangelado e inútil mensaje? ¿Se ha impuesto el dicasterio romano?

El vicario del Altísimo debiera implicarse en los tanteos de Montevideo aunque puedan parecer música celestial y no alteren la hoja de ruta de la Casa Blanca, que hostigará a Maduro hasta tumbarle, evitando hacerlo con una intervención militar que quiebre la alianza con la UE.

La orquesta del Titanic no impidió su hundimiento, ni las plegarias del pontífice detendrán el belicismo de Estados Unidos, pero al menos contribuirían al sosiego de quienes necesitan creer en milagros, esta vez diplomáticos.

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