Apertura
Las universidades españolas deben ser más receptivas al talento extranjero
La prosperidad de un país depende de la excelencia de su investigación y de la capacidad que tenga para participar en las redes globales de producción científica. En un ámbito tan globalizado como el del conocimiento no se puede competir con estructuras rígidas. Y en los últimos años, en lugar de importar, España ha exportado talento académico: la burocracia parece ser la razón más importante para ello.
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El intercambio, sin embargo, es fundamental. España arrastra desde hace años factores diferenciales que lastran sus posibilidades. La proporción de inversión privada en I+D es mucho menor que en otros países, lo que hace que el mayor esfuerzo de la producción científica recaiga sobre la Universidad y los organismos públicos de investigación. Pero su rígida estructura burocrática y las inercias de un funcionamiento a veces excesivamente cerrado están comprometiendo la capacidad para competir y participar en proyectos de alcance internacional.
En estos momentos, apenas un 2,2% de los profesores de las universidades públicas y un 5,5% de las privadas son extranjeros, unos porcentajes muy alejados de los que exhiben países como Alemania (10,5%), Suecia (13,5%) o Reino Unido (27,3%). Estos datos indican que las universidades españolas resultan poco atractivas para los profesores e investigadores de otros países. El mundo científico se caracteriza por una gran movilidad. Los grandes talentos tienden a desplazarse allá donde les ofrecen mejores condiciones para desarrollar sus investigaciones y se mueven sobre todo por dos grandes incentivos: el profesional y el económico. Ambos chocan en España con problemas de insuficiencia financiera y unas estructuras burocratizadas que no garantizan la continuidad de los proyectos, hasta el punto de que en los últimos años una parte importante de la financiación para proyectos de I+D basada en un sistema de créditos a bajo interés ni siquiera se llega a ejecutar. La precariedad que afecta a los equipos y la baja remuneración de los profesores titulares y catedráticos impide que las universidades españolas puedan competir por el talento extranjero. Un profesor a tiempo completo cobra en Suiza más de 180.000 euros anuales y en Reino Unido más de 90.000, mientras que en España se quedan en poco más de 70.000.
La conflictividad que ha vivido la Universidad española por la pérdida de investigadores y fondos internacionales a causa de trabas burocráticas y rigideces innecesarias en la tramitación de los proyectos no son la mejor carta de presentación para seducir a profesores acostumbrados a trabajar en entornos de autonomía universitaria que priman la meritocracia y la obtención de resultados. A ello se añade, como tercer gran problema, una tendencia a la endogamia en la provisión de nuevas plazas. Todos estos factores explican que en estos momentos, según datos oficiales, el 73% de los docentes se han doctorado en la Universidad en la que imparten clase. Hace tiempo que se discute la necesidad de reformar la gobernanza y la estructura de las universidades. Hay que encontrar fórmulas que garanticen una mayor movilidad y permitan no solo el regreso de científicos españoles que han hecho carreras brillantes en el extranjero, sino atraer profesores e investigadores de otras universidades que aporten savia nueva y capacidad de innovar. Este debería ser el principal objetivo de la nueva Ley de Universidades que es urgente consensuar.
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