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Con faldas y a lo loco

“Vestido de mujer descubres el efecto depredador que provocas en el sexo contrario”

Nuestro columnista, Jacinto Antón, opina que para un hombre llevar ropa femenina es muy revelador. Además de un ejercicio de lo más conveniente con la que está cayendo

Dos agentes de las SS coquetean con un compañero travestido. Los nazis eran peculiares hasta para montar una juerga.
Dos agentes de las SS coquetean con un compañero travestido. Los nazis eran peculiares hasta para montar una juerga.
Jacinto Antón

Cuando un verdadero caballero se viste de mujer no ha de quedar nunca del todo bien. Esta es una norma que me acabo de inventar, según mi experiencia personal. Me he vestido de mujer en contadas ocasiones y siempre porque lo exigía el guion, la inmensa mayoría de las veces en un escenario. He sido valkiria (dos veces), profesora de aquagym y, probablemente mi transformación más notable, enfermera de la División Azul. Puesto todo junto parece que sea un travesti profesional, pero ha sido a lo largo de muchos años y, la verdad, jamás disfruté mucho ni estuve muy cómodo, excepto quizá en el papel de enfermera divisionaria y solo porque llevaba de atrezzo un casco de acero alemán y acababa de leer Lucharon en Krasny Bor.

Para un hombre, vestirse de mujer es muy revelador y me parece además un ejercicio de lo más conveniente con la que está cayendo. Te das cuenta del efecto depredador que provocas en algunos miembros del sexo contrario, aunque he de decir que, ya fuera de valkiria, nadadora y ni les digo de enfermera en Rusia (quizá debería probar como enfermera a secas), solo he concitado el interés de muy singulares varones.

De hecho, he de apuntar, con finalidad estadística, que he tenido más éxito con miembros de mi sexo (y valga la expresión) vistiendo ropas masculinas exóticas, como Lawrence de Arabia, por ejemplo, y sobre todo ataviado del inca Atahualpa en una gala turística cuando era jovencito (yo, no Atahualpa). Un fornido camarero trató de ponerme mirando a Cajamarca, lo que por otro lado es difícil cuando llevas manto, collares y un alto tocado de plumas. Pensándolo bien, el hombre quizá me confundió con Juanita, la momia andina.

"Me he vestido de mujer en contadas ocasiones y siempre porque lo exigía el guion. He sido valkiria (dos veces), profesora de aquagym y, probablemente mi transformación más notable, enfermera de la División Azul"

Las veces que he sido valkiria no tienen mayor historia, pero lo de profesora de aquagym me siento en la obligación de explicarlo, no vaya a hacerse una idea rara de mí. Fue para criticar la labor de una profesional verdadera que se mostraba implacable en unos cursos de verano. He de decir taxativamente que el bañador femenino no es pieza concebida para las formas masculinas: yo, que he jugado a rugby y conservo unos buenos hombros de placador, quedaba como una nadadora de la Alemania comunista a la que se le hubiera ido la mano en el dopaje con esteroides y le asomara hasta la Stasi por las inguinales. Y lo peor era el gorro de baño, de mi madre, con flores de goma pegadas.

Estuve mucho más digno como enfermera militar en un número satírico sobre el Domund en el que con mi camarada de farándula Evelio P. reproducíamos una mesa petitoria en el Madrid de la época del No-Do. Él hacía de Carmen Polo, la Collares, con una caracterización de campanillas que incluía mantilla y la sola concesión al republicanismo de una ropa interior de fantasía. A su lado yo era, claro, Pilar Primo de Rivera en un mix de Sección Femenina de Falange y, como queda dicho, enfermera divisionaria, muy marcial y elegante pues no hay que olvidar que los trajes los diseñó Balenciaga. Acabábamos bailando los (las) dos “banderita tu eres roja, banderita tú eres gualda”, acompañados por las palmas del respetable y una amiga, Merce Coll, que hacía de Marujita Díaz.

Me anima a desvelar estos pasajes de mi pasado la lectura asombrada de Soldiers studies: cross dressing in der Wehrmacht (Hatje Cantz), de Martin Dammann, que documenta, a través de las fotos de los propios militares, la extendidísima costumbre de muchos soldados del ejército de Hitler de vestirse de mujeres. Hay fotos incluso con Panzers que, de divulgarse como ahora, para mí que hubieran adelantado el suicidio de Rommel y la derrota del III Reich. ¡Travestidos así no se puede invadir Polonia, señores!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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