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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pepu, el presidente y la ‘demencia’

La designación del exentrenador a la alcaldía es un experimento y una opción desesperada

Pepu Hernandez dando instrucciones des de la banda a sus jugadores
Pepu Hernandez dando instrucciones des de la banda a sus jugadoresVictor Salgado (EL PAÍS)

La candidatura de Pepu Hernández a la alcaldía de Madrid se ha celebrado como una victoria corporativa del baloncesto. Y como un éxito específico del hábitat colegial del Estudiantes. Sánchez y Pepu provienen de las canchas del instituto Ramiro de Maeztu. Comparten el mismo equipo. Y tienen como mascota a Garibaldi, el esqueleto desfigurado que asoma en el graderío de la Demencia.

Demencia: así se llama la hinchada del Estudiantes. Y así se explica la idoneidad de uno de sus cánticos patrimoniales: la demencia es la madre de la ciencia. Y de la ciencia política, pues la euforia que ha despertado la candidatura del coach Hernández se resiente de ciertos problemas de cordura.

No ha encontrado Sánchez un aspirante mejor. Seguro. Pero semejante evidencia, expuesta en el rechazo de otros muchos candidatos, no implica que la elección de Pepu y su propia aquiescencia representen una buena idea, ni siquiera atribuyéndola a la implicación de la sociedad civil ni a los clichés gremiales que animan la retórica de la alternativa: jugar en equipo, presionar en todo el campo, no dar por perdido un balón, anotar un triple en el último segundo.

Se diría que la designación, la unción, de Pepu —las primarias son un trámite y una concesión a la incredulidad del PSOE madrileño— más proviene de la desesperación que del convencimiento. De hecho, los socialistas no disputan la primera plaza. Compiten por la última en un escenario más contraindicado que la cancha de los Warriors. La alcaldesa Manuela Carmena es la referencia hegemónica de la izquierda, Begoña Villacís ha puesto en órbita las opciones de Ciudadanos, el Partido Popular conserva la musculatura de una tribu inextinguible y Vox se perfila como cuarta fuerza política de la capital.

Quizá sea mejor para las opciones del PSOE una opción experimental que un candidato burócrata, pero se antoja temerario relacionar los méritos deportivos y hasta los valores personales con las expectativas electorales.

No sólo por el peligro del intrusismo y por el requisito de un pasado ejemplar —ya han aparecido las primeras noticias sobre sus “habilidades” fiscales—, sino por la tentación oportunista de adecentar la imagen de la política con personalidades ajenas o extravagantes. A Pepu Hernández no se le vota por su cualificación política ni por su proyecto. Se le vota por su reputación de entrenador. Por su credibilidad personal. Y por los destellos del oro que nos trajo de Japón en 2006.

Es la superstición de Pedro Sánchez, el remedio alquímico a una maldición que se remonta a los tiempos de Juan Barranco. Fue el último alcalde socialista elegido en las urnas (1987) y depositario de la memoria de Enrique Tierno Galván, cuya retranca custodia en el cementerio de la Almudena el bastón de la victoria.

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