El cuerpo de Julen
El delegado del Gobierno y muchos periodistas evitaron cuidadosamente la palabra "cadáver"
Algunas palabras no deberían juntarse nunca.
Los sustantivos “niño” y “cadáver” representan el principio y el final de la vida. Sus significados antitéticos nos parecen imaginariamente incompatibles, aunque resulten realmente posibles. Entre una palabra y otra tendrían que mediar decenios de existencia, de pensamiento, de ilusión, de decisiones libres, de tristezas y de risas. Cuando “cadáver” y “niño” aparecen en la misma oración, todas esas ideas se desvanecen y producen un vacío interminable.
El niño Julen fue rescatado exánime del pozo al que había caído 13 días antes, y los medios y los cronistas que sienten la medida de las palabras evitaron unir esos dos términos opuestos, tal vez por esa inconsciente sensación de incompatibilidad.
Así, los mineros valientes que se abrieron camino hasta lo hondo del pozo hallaron “el cuerpo sin vida”, “el cuerpo de Julen”.
Por supuesto, otros periodistas usaron la palabra “cadáver”, legítimamente, con transparencia y precisión. Y en ocasiones la incorporaron los editores en títulos y destacados aunque el enviado especial la hubiera evitado en su crónica. Pero quizás sufrieron al hacerlo un respingo de dolor.
Llaman la atención los datos que ofrecía Google este jueves al cruzar “rescate”, “cuerpo”, “Julen” y “Totalán” (la localidad del suceso) frente a la combinación que sustituye “cuerpo” por “cadáver”: 5,4 millones de resultados en el primer caso, y sólo 167.000 en el segundo.
El delegado del Gobierno, Alfonso Rodríguez, pensó un instante el sábado día 26 de enero, a las 9.07, cuando anunció que el juez había procedido al levantamiento. Una fórmula tan manida como “se procedió al levantamiento del cadáver” le vino quizás a la mente, pero en unos milisegundos de duda cambió una palabra por otra: “al levantamiento del cuerpo”, dijo.
Pronunciamos “cadáver” desde hace más de 2.500 años, porque se decía igual en latín, idioma que heredó para ese vocablo la raíz indoeuropea kad- (asociada a su vez con “caer”: etimológicamente, “cadáver” significa “cuerpo caído”).
Esta rama léxica nos ha dado también “caduco” y “cadencia”, y “decaer” y “ocaso”, a través del verbo latino cado, cecidi, casum (caer, sucumbir).
“Cadaver” significaba también en la lengua de Roma “carroña”, y durante más de 28 siglos (desde el nacimiento del latín hasta ahora) se ha relacionado con la imagen de la muerte. Hoy los cadáveres se ocultan a nuestra vista, incluso en las imágenes de las grandes catástrofes y en los atentados. Pero antiguamente se apilaban en las esquinas durante las épocas de guerra, y se trasladaban en carros por las calles embarradas en los tiempos de hambruna o de gripe mortífera. Pasarán decenios hasta que un tratamiento aséptico limpie esa evocación de la cadaverina, el hedor de la carne descompuesta llamado de antiguo “calabrina”.
El cuerpo puede estar muerto pero también puede estar vivo, mientras que al cadáver no le cabe esa elección. Por eso la palabra “cadáver” causa un dolor añadido cuando acompaña a “niño”, y por eso el sufrimiento se alivia con alternativas como “recuperaron el cuerpo” o “rescataron a Julen sin vida”.
El resultado del suceso de Totalán no lo van a cambiar las palabras, desde luego. No podemos modificar los hechos. Sin embargo, muchos periodistas hicieron una elección cuidadosa de los vocablos para atenuar la crudeza que transmiten. Eso no se debe consentir para el engaño, pero sí para la piedad.
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