Ningún chantaje
Europa debe ser firme ante la ruptura del pacto del Brexit, pero no cargar con culpas
En su enésimo giro camaleónico, Theresa May cosechó el martes el apoyo del Parlamento británico a la pretensión de renegociar el Acuerdo de Retirada que había firmado con los Veintisiete.
Ni May ni los diputados han elaborado un plan b o c, a lo ella que se había comprometido, sino que “exigen la sustitución” del cortafuegos para el norte de Irlanda (el compromiso de permanencia en la unión aduanera) “por arreglos alternativos”.
Este texto de la enmienda Brady, que obtuvo la mayoría en Westminster, no versa sobre un detalle menor del pacto con la UE, sino sobre uno de sus elementos nucleares, la solución irlandesa, cuyo acuerdo supuso ímprobos esfuerzos y tardó dos años en fraguarse.
La pretensión de archivarla equivale pues a quebrar el conjunto del Brexit ya pactado. Por eso mismo, no volará. Así lo advirtieron el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, la Comisión y distintos Gobiernos, especialmente el más implicado, el de Irlanda, y el francés.
Conviene que Europa mantenga su firmeza, por dignidad negociadora y para evitar el mismo ridículo que ha deteriorado gravemente la credibilidad de May. Para ser eficaz, debe hacerlo hábilmente, evitando que la responsabilidad por la ruptura total (emprendida por Londres) pueda achacársela a ella, merced a la propaganda euroescéptica de brocha gorda. Esa es la intención evidente del giro británico: devolver la pelota al tejado comunitario.
Así que la respuesta de los Veintisiete debe completarse con la mayéutica interrogación sobre qué significan exactamente esos “arreglos alternativos”. Sin detalle, todo es susceptible de lecturas contradictorias. Las instituciones y los 27 Gobiernos no podrían siquiera examinarlos.
Porque, al cabo, ¿qué quiere exactamente Reino Unido? No se sabe. ¿Por cuánto tiempo mantendrá su pretensión, si es que llega a formularla? Se duda. ¿Qué propone en realidad? De momento lo imposible, doblado de humillante. En este pulso, una parte, la Unión, apela a la racionalidad y a mantener su propia palabra, lo pactado y el prestigio de su propia firma. La otra, Londres, se ha abocado al filibusterismo, la frivolidad y la confusión.
Quien sabotea un acuerdo suele adquirir alguna ventaja táctica. Es tarea de los Veintisiete impedir que se agrande y reducirla. ¿Cómo? Manteniendo la unidad que han exhibido a lo largo de todo el proceso, más meritoria por cuanto exhiben múltiples fisuras en otros ámbitos. Porque se juegan en ello la propia existencia de las bases mínimas esenciales para la existencia de su Unión: la integridad del mercado interior y de la unión aduanera.
Y además, no cayendo en la trampa del chantaje implícito en la operación: la amenaza de que si no ceden en lo esencial, sobrevendría un Brexit sin acuerdo, por la brava. Cierto que esa posibilidad perjudicaría sobremanera a la economía europea y por ende a la prosperidad social. Así que es imprescindible ultimar los planes de contingencia inmediata ya esbozados. Que habrá que completar con una estrategia de largo plazo para rellenar las pérdidas sectoriales que esa retirada supondría.
Aunque sin angustia. May juega al farol, sí. Pero tiene dos límites: Reino Unido es mucho más vulnerable que el continente a una retirada caótica. Lo que inquieta sobremanera a Westminster. La propia enmienda Brady “apoya la retirada mediante un acuerdo”. El espantajo del “no acuerdo” es pues, en gran medida, una bravata.
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