Dudamel, venezolano errante con refugio en Madrid
El director de orquesta, casado con la actriz española María Valverde, recibe su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood reafirmando su compromiso con la democracia frente a Maduro
Allá donde va, Gustavo Dudamel sabe de dónde viene. Lo mismo en Los Ángeles, donde reside y es maestro titular de la Orquesta Filarmónica de la ciudad, que en Madrid, donde cuando aparece se queda en casa de sus suegros en Carabanchel y recorre los parques del barrio de su esposa, la actriz María Valverde, el director de orquesta reivindica constantemente sus orígenes… Pese a la buena fortuna, el reconocimiento, su ejemplo, su simbología y su talento, hoy, con 38 años cumplidos el pasado sábado, sigue siendo aquel chamo de Barquisimeto en el que un día se fijó el maestro José Antonio Abreu como mesías del sistema venezolano de orquestas.
Cuando la pasada semana, Dudamel pisó su estrella en el Paseo de la Fama de Los Ángeles, recordó a su mentor, muerto en marzo pasado: “Estoy permanentemente en deuda contigo”, aseguró, mientras elevaba el dedo índice al cielo. Allí cree el músico que Abreu –bajo quien se formó como director de orquesta desde que observó sus dotes cuando era niño– lo sigue tutelando al tiempo que vive una de las etapas más felices en lo profesional y personal de su vida, pero más dramáticas en cuanto a la situación de su país.
María Valverde y su hijo Martín, de ocho años, fruto de su anterior matrimonio con la bailarina Eloisa Maturén, lo escuchaban junto a otros invitados como Chris Martin, cantante de Coldplay, los actores Helen Hunt y Christoph Waltz u otro maestro del que ahora puede disfrutar en vida, el gran John Williams.
Ante ellos reafirmó su compromiso por la democracia y las elecciones libres en Venezuela. Es algo que ya reivindicó en medio de las revueltas que asolaron al país durante la primavera y el verano de 2017. Hizo oír su posición a favor del diálogo y contra la represión de Nicolás Maduro en una carta que publicaron simultáneamente EL PAÍS y The New York Times en julio de aquel año. Aquellas palabras le costaron pasar de niño bonito a bestia negra del régimen. De referente interior cuando se ponía al frente de la Orquesta Simón Bolívar, de la que sigue siendo titular errante, a símbolo exterior. Quedó forzado como tantos al exilio desde que Maduro lo señaló como traidor ante su fanfarrona desmesura de tirano rencoroso.
Hoy, más allá de rehuir polémicas, cada vez que puede se coloca al lado de los represaliados. Desde que alzó la voz al enterarse de la muerte de Armando Cañizales, su posición contra el Gobierno ha sido clara. La muerte de aquel violista de 18 años lo remontó. Su protesta le ha costado no volver a entrar en su país y quedar en una situación de limbo respecto a su papel primordial en el proyecto pedagógico donde se formó. Lo sigue fomentando desde fuera, en contacto permanente con gran parte de los músicos de la Orquesta Simón Bolívar, que también han optado por abandonar Venezuela.
La mayoría se formaron junto a él. Aprendieron y se convirtieron en virtuosos al unísono desde los barrios marginales en los que crecían con la música como tabla de salvación frente a un futuro marginal. Lograron deslumbrar e ir expandiendo los principios de aprendizaje musical junto a acción social por todo el mundo. Caminaban de la mano de Abreu y aumentaron la cifra de alumnos en el país en los mejores tiempos del sistema hasta 800.000. Cambiaron radicalmente la enseñanza ortodoxa de los conservatorios en muchos lugares. Apadrinaron e impulsaron la creación de núcleos similares a los que ellos aprovecharon en América, Asia y Europa al tiempo que triunfaban con sus explosivos conciertos en los Proms de Londres, en el Carnegie Hall de Nueva York o el Festival de Salzburgo. Lograron reconocimientos de peso como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2008, pero todo aquello quedó en suspenso por la deriva destructiva a la que ha sido sometido su país.
Mientras aguarda retomar su labor allí, Dudamel ha alentado un programa de formación musical para barrios marginales en la ciudad californiana. Lo enmarca en su proyecto de la Youth Orchestra of Los Ángeles (YOLA), cuya sede principal ha diseñado el arquitecto y amigo suyo, Frank Ghery. Prosigue su carrera como director por todo el mundo con presencia continua en otras grandes orquestas, como la Filarmónica de Viena –a la que dirigió en el Concierto de Año Nuevo de 2017-, la de Berlín, la Gustav Mahler o en la Scala de Milán.
Además, es feliz con María Valverde. Se conocieron en el rodaje de la película Libertador y se casaron hace dos años en Las Vegas. Él compuso la banda sonora del biopic sobre Bolívar y ella encarnaba a María Teresa del Toro, la esposa del héroe. Con Valverde viaja a menudo a España. En muchas ocasiones eligen para quedarse el pueblo de la familia de la actriz, Almonacid de Zorita (Guadalajara), en plena Alcarria y el barrio de Carabanchel. Allí viven sus suegros y ambos ejercen vida de barrio. Pasean por parques como el Eugenia de Montijo, que rodea lo que era la antigua cárcel, se toman sus buenas cañas en algunos bares o disfrutan de la tortilla de patata que les cocina Gloria, la madre de la intérprete.
Pero Dudamel lo hace siempre atento a los acontecimientos de su país, donde conserva buena parte de su familia y amigos en pleno sobresalto. Sobre todo sus padres y su abuela, doña Engracia. Ella fue quien le inscribió en la escuela de música cuando el niño se lo pidió con cinco años. Aquello no resultó un capricho, sino una señal del destino: la que le llevó años más tarde a regenerar el mundo caduco de la música clásica con nuevos aires que perduran incluso cuando es ya toda una figura consagrada.
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