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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El extraño deseo de que España lo haga mal

La lucha aquí es para derribar un Gobierno que no es el de Maduro sino el de Sánchez

Juan Cruz
Miembros de la oposición venezolana cantando su himno nacional ayer en Caracas.
Miembros de la oposición venezolana cantando su himno nacional ayer en Caracas.Rodrigo Abd (AP)

La crisis venezolana requiere mucho tacto, en España particularmente; millares de emigrantes hallaron en aquel territorio hermano asilo laboral y humano, en épocas de enorme penuria, en los años más terribles de nuestra posguerra. La Guerra Civil había dejado aquí muchas regiones devastadas, y esa república, entre otros países iberoamericanos, acogió a isleños y peninsulares que abordaban de madrugada barcos humildes que cruzaban el océano con destino a La Guaira, sobre todo, en busca de lo que Dios quisiera.

Las cosas cambiaron tan velozmente en el último medio siglo que Venezuela pasó a ser país de emigración tan forzosa, y necesitada, como aquella emigración española gracias a la cual, por otra parte, muchos ciudadanos hijos de los que desde aquí se fueron pudimos comer o estudiar. Ahora, desde hace más de una década, muchos de aquellos que fueron nuestros benefactores, o sus descendientes, han vuelto porque allí no hay futuro. Y ese hecho no tiene ni ideología ni otros elementos que pudieran ser arbitrados por la política de uno u otro signo: no hay futuro. Es, como diría un político muy notorio en su relación con Venezuela, “una situación nefasta”.

Las noticias de estos días son dramáticas para los que han vuelto y, como es natural, para los que viven allí, españoles de cualquier sitio y venezolanos en general. Se impone, pues, un respeto para todos, para los que sufren fuera de Venezuela lo que ocurre en Venezuela y para los que allí sufren una situación que, como país, nos concierne y nos importa. A este respecto, cabe estimar en su valor la reacción escalonada del Gobierno español, que no ha precipitado acciones, o al menos no me parece a mí que haya precipitado acciones, sino que ha esperado a conseguir ciertos consensos europeos para ir escalando actitudes que ya tienen un contenido que se puede definir: España tiene, como Francia, con Alemania y con otros países europeos, el acuerdo para proponer una solución. Esta es obligar al presidente Maduro a convocar elecciones en un plazo rápido de tiempo, de modo que así se dirima una contienda que tiene que ver con la falta de representatividad del Gobierno que él preside.

España se debe, en su política exterior, a consensos europeos, y se debe a los españoles que, viviendo en Venezuela como hijos o nietos de aquellos emigrantes, tienen allí intereses, el más alto de los cuales es la vida. Parece que lo que ha hecho este Gobierno español, cuya raíz es socialista, es lo que hubieran hecho otros de centroderecha, como el alemán o el francés, pues los dos apoyan esta postura, expresada el sábado por Pedro Sánchez. Sin embargo, antes y después de que el mandatario español expresara sus acuerdos con parte de la comunidad internacional para poner, provisionalmente, en manos de Maduro el final de esta tragedia que ya lleva viva demasiado tiempo, partidos del centroderecha español, PP y Ciudadanos, especialmente el primero, han acusado a Sánchez de cobardía y otras sevicias favorables al dictador venezolano.

Michiko Kakutani, escritora norteamericana que acaba de publicar La muerte de la verdad (Galaxia Gutenberg), escribe en ese libro sobre la “decadencia de la verdad”, término acuñado por la Corporación Rand “para describir el papel, cada vez menor, de los hechos y el análisis en la vida pública estadounidense”. Esa “decadencia de la verdad” es un desfiladero por el que aquellos líderes de la centroderecha española deslizaron, antes y después de la declaración de Sánchez, la insinuación grave de que este le estaba “dando aire” a Maduro, sin expresar un hecho cierto: que otros colegas suyos de mayor potencia, y de la misma adscripción ideológica, hacían lo mismo que el tan vituperado presidente español.

Por el lado de la izquierda que se sitúa más allá del PSOE, la postura alcanza desafíos similares. Se trata de un acuerdo goloso de las dos demagogias, que extraña mucho más en un partido de Gobierno como el que ahora dirige Pablo Casado, cuyos decibelios ya compiten tan solo con los que exhibe su compañero Teodoro García Egea. Estos nuevos dirigentes políticos no cesan, en las redes sociales, con admoniciones que parecen de barra de bar, donde la “decadencia de la verdad” parece permitida. Al lado de ellos, y en defensa de Maduro, y también contra Sánchez, los gritos no son menos estridentes en su uso desvergonzado de la preverdad.

Este volumen heterogéneo de despropósitos lanzados a voleo sobre lo que anunció Sánchez supone ese goloso encuentro de las dos demagogias, destinadas a confirmar que en este país siempre ha habido un extraño deseo de que España lo haga todo mal para que, quienes ven los toros desde su barrera, se regocijen hasta con los fracasos de la selección nacional.

En medio del barrizal Venezuela vive su tragedia, que parece, tristemente, una lucha que aquí se dirime para derribar un Gobierno que no es el de Maduro sino el de Sánchez. Pobre Venezuela, tan violentamente dulce.

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