Reflexionar en el desierto sobre las caravanas de migrantes
El Festival du Film Transsaharien de Zagora (Marruecos) llega a su XXV edición con la consigna de prestar atención a las migraciones entre países del mismo continente
El escenario es un horizonte profundo, tanto como si se hundiera en el mar, pero a lo que se abre es al desierto. El paisaje abierto a las puertas del Sahara es el telón de fondo del Festival du Film Transsaharien de Zagora, ha celebrado este invierno su XXV edición. Esta vez, en esta pequeña ciudad al sur del macizo del Atlas, en Marruecos, la convocatoria llamaba a pensar en el “fenómeno de la inmigración en el cine africano” y, para ello, contó con la presidencia de honor de Frieda Ekotto, una profesora camerunesa de estudios africanos de la Universidad de Michigan, que está embarcada en un proyecto fílmico de investigación para amplificar las voces de la escena femenina subsahariana.
La luz del invierno ayuda a ver las cosas más nítidas: nada mejor que venirse al desierto a reflexionar sobre las caravanas contemporáneas de migrantes, que desde Europa se divisan sin contornos, deambulando en el Sahel o, en naufragio, en el Mediterráneo. Sabemos que estos grupos humanos no son compactos, no vienen todos de un mismo lugar, no huyen del mismo problema ni, mucho menos, a todos les guía el mismo sueño, aunque coincidan en una ruta inhóspita; y sin embargo, todos seguimos con nuestros prejuicios entrecruzados. Este festival de cine transahariano representa un alto consciente en el camino, a 52 días (a paso de dromedario) de Tomboctú. Porque no se trata solo de películas sino de encuentros esencialmente panafricanos, con invitados de otros continentes, y debates profundos sobre asuntos de actualidad que conciernen a todos los participantes.
De hecho, la cercanía geográfica no es el principal argumento para la selección de las películas en competencia, y sí las preocupaciones compartidas. Así, durante el festival –que se abrió con el filme marroquí Las voces del desierto, de Daoud Oulad Syed– se vieron cintas de Irán, Filipinas, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Túnez, Francia, India y Egipto. El premio mayor fue para la hermosísima y sutil producción iraní Hindi y Hormoz, de Abbas Amini, que habla del matrimonio infantil y de la falta de horizontes vitales para los jóvenes de las regiones más pobres de cualquier país. En Hindi y Hormoz no hay trazo grueso, porque la niña que se casa lo hace con otro niño, a su vez desesperado por cumplir con su misión de llevar el pan al hogar.
Al margen de las proyecciones de la selección oficial, hubo varios encuentros destacables, entre ellos, la tarde de cine que pudimos compartir en Dar Al Fatate, un centro de formación de niñas en la zona rural del valle del río Draa, animada por la asociación de cine ambulante Cinema Liljamii Wa Fi Kouli Makane. En esa sesión, se proyectó Los sueños del Oasis, de Aziz Khoadir, con Kamal Moummad, que traza un sensible retrato de la vida en los oasis del sur de Marruecos, ahogados de sed (especialmente por el cultivo de sandías y la sobreexplotación de acuíferos) y que ven pasar (o se sobresaltan) con los migrantes extranjeros del sur que ansían llegar a Europa. Las niñas participaron del debate de los sueños, dando contornos claros a sus necesidades locales.
Otro importante momento de los días transaharianos, fue la mesa redonda sobre La inmigración en el cine africano, en la que participaron la catedrática Frieda Ekotto, el antropólogo y realizador franco-congoleño David-Pierre Fila, el escritor marroquí Driss El Korri y la periodista francesa Catherine Ruelle.
“Cuando la mano de obra fue necesaria en Europa, se importaron inmigrantes y hoy, que no hacen falta, se cierran las fronteras. Pero nosotros vamos a continuar viajando, de un país a otro de nuestro continente y de un continente a otro”, arrancó Ekotto, que puso énfasis en el coraje de la mujer africana que emprende una ruta sembrada de violadores. “La vulnerabilidad nos marca”, señaló, y mencionó especialmente La noir de… película emblemática del senegalés Ousmane Sembene, sobre el sufrimiento de una mucama reclutada para servir a sus señores europeos, en la década de los sesenta, y la más actual Fronteras, de Apolline Traoré de Burkina Faso. Ekotto abogó, además, por cambiar el vocabulario de la migración: para sí misma utiliza la palabra “expatriada”, tal como acostumbran a hacerlo los occidentales en África.
A lo largo del debate se trazó una historicidad del fenómeno migratorio africano, desde los artistas que trabajaron el pasado post-colonial, en las décadas del sesenta y setenta, en sus respectivos países, hasta las nuevas generaciones de realizadores de la diáspora europea (incluso aquellos que van y vuelven, o que han nacido en Europa y se han instalado en la tierra de sus padres, como el franco-marroquí Nabil Ayouch), pasando por los que narraron los conflictos que tuvieron en sus barrios europeos, los refugiados y los de la actual impotencia frente al terrorismo. ¿Qué efectos ha tenido la emigración en los países de origen?, fue otra de las preguntas sobre la mesa, a la vez que se destacaba el cine de las pequeñas historias humanas que siguen transcurriendo en cada ciudad africana, como la de la madre de Kinshasa, en Felicité, del senegalés Alain Gomis.
Por su parte, el antropólogo congoleño David-Pierre Fila quiso llevar la discusión a un terreno menos político y más filosófico: “¿Por qué desplazarse, por qué partir, por qué buscar la felicidad en otro lado?”. En el caos de la imagen actual, el africano es un continente bendecido por la riqueza de sus cuentos ancestrales, sostuvo Fila, que propuso seguir acompañando la lucha de las mujeres y sosteniendo las reivindicaciones ambientales, frente a los peligros de la deforestación. Y citó a Carlos Castaneda, en esto de conocerse, de saberse.
Durante el festival se vieron cintas de Irán, Filipinas, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Túnez, Francia, India y Egipto
Saber quién se es para no instalarse en la imagen del otro, fue probablemente una de las conclusiones más abarcadoras de la discusión que abundó en referencias a los estereotipos que en Europa existen sobre los africanos, en el tipo de proyectos que se financian a través de la francofonía (incluso cómo, desde el centro, se bloquean vías de financiamiento intra-africanas) y de cómo se adaptan los autores de este continente a los temas que se esperan de ellos, con el fin de recibir las ayudas europeas. En este camino, resulta indispensable la cooperación del sur con el sur. No reproducir los clisés de Occidente es la consigna.
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